jueves, 16 de diciembre de 2021

Matilda (Roald Dahl)


Aquí tenemos una novela para preadolescentes que incluso un adulto puede leer con agrado. Matilda es una novela corta de Roald Dahl, creador también de Charlie y la fábrica de chocolate; narra las aventuras y desventuras de la simpática Matilda, una niña genio de cinco años nacida de un par de odiosos cretinos, y su inserción en el mundo estudiantil de la monstruosa señorita Tronchatoro, directora de su colegio.
Si bien se presenta como una novela realista, Matilda contiene varios elementos pertenecientes al mundo de la fantasía pura siendo el más notorio el poder telekinético desarrollado por Matilda durante sus primeros días en la clase de la adorable señorita Miel. También son fantasía los personajes secundarios, estereotipos llevados más allá de todo límite y a veces de modo bastante desagradable, como en el caso de los padres de Matilda, una pareja mediocre, estúpida y grosera que no puede pasar un momento sin insultar a nuestra pequeña heroína. Lo mismo pasa en el tipo inverso representado por la señorita Miel; ella es tan simpática, bonita y comprensiva que parece irreal.
Aunque la historia es divertida y fácil de seguir, la violencia verbal desplegada en muchos de sus pasajes, y la violencia física expresa o insinuada en otros, ha rodeado la novela de una cierta polémica, haciendo que algunos la consideren inadecuada para el lector más joven. Personalmente considero más violentos los relatos de los Grimm que cualquier novela o cuento moderno. Por otra parte en Matilda la violencia está presente como atributo de los malos y los ignorantes, no hay violencia por parte de los buenos e inteligentes. Así, Matilda se venga de sus horribles padres usando la astucia, no la violencia, y desenmascara a la repugnante señorita Tronchatoro con su extraordinario poder telekinético.
Hay que destacar el modo en que el escritor trata de introducir al lector ocasional en el hábito de la lectura. Para ello menciona algunos de los libros y escritores leídos por Matilda y la opinión de esta al respecto, despertando así la curiosidad del lector: De El jardín secreto dice: ''Es un libro lleno de misterio. El misterio de la habitación tras la puerta cerrada y el misterio del jardín tras el alto muro''; de C. S. Lewis comenta: ''Me gusta El león, la bruja y el ropero. Creo que C. S. Lewis es un escritor muy bueno, pero tiene un defecto, en sus libros no hay pasajes cómicos''; y de Charles Dickens: ''Me hace reír mucho, especialmente el señor Pickwick''. También tiene su opinión sobre Hemingway: ''El señor Hemingway dice algunas cosas que no comprendo, especialmente sobre hombres y mujeres. Pero me ha encantado. La forma como cuenta las cosas hace que me sienta como si estuviera observando todo lo que pasa''. El autor insiste en el poder evocador de la literatura diciendo: ''Los libros la transportaban a nuevos mundos y le mostraban personajes extraordinarios que vivían unas vidas excitantes. Navegó en tiempos pasados con Joseph Conrad. Fue a África con Ernest Hemingway y a la India con Rudyard Kipling. Viajó por todo el mundo, sin moverse de su pequeña habitación de aquel pueblecito inglés''.
Sin embargo Matilda no es una historia sobre libros, estos sólo comprenden una parte del mundo de la joven protagonista. En Matilda hay magia y realidad, personajes simpáticos y desagradables, humor y drama, libros y juegos... y por supuesto, está la perversa señorita Tronchatoro, reflejo exagerado de muchas amargadas directoras de colegios provincianos. ¿Quién no ha conocido a una de ellas?


                                                                  

Lo mejor: Matilda y su adorable manera de enfrentar lo malo de la vida.
Lo peor: Quizá se toma un poco a la ligera el tema del maltrato verbal y físico a los niños.
Conclusión: Buena novela, la recomiendo a cualquiera que crea en la magia.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Treinta días tenía septiembre (Robert F. Young - Cuento completo)


En un mundo donde la belleza, la sensibilidad y la empatía han sido desterradas para dar paso al más vulgar mercantilismo; un mundo donde la educación importa menos que la compra de un automóvil y donde sólo pagando se puede conseguir un simulacro de atención, un hombre disconforme descubre restos de belleza y humanidad en un obsoleto modelo de robot-profesora: De súbito, un sentimiento de paz lo envolvió. Los dulces y suaves días de septiembre desfilaron otra vez ante su mirada, y comprendió porqué eran distintos a los demás días. Eran diferentes porque tenían profundidad, belleza y quietud; porque sus cielos azules contenían promesas de días más dulces y suaves por venir. Eran diferentes porque tenían significado.
Pero no hay marcha atrás: Estamos viviendo en un mundo despreciable y en un mundo despreciable las cosas preciosas son inútiles, sentencia Danby al comprender que los viejos días en que se podía soñar han muerto para siempre.
El desenlace no puede ser menos amargo. El trabajo extra que consigue Danby hoy nos parece sólo digno de perdedores o desesperados, sin embargo, como el mismo Danby razona: cuando se necesitaba algo con urgencia había que tomarlo sea como fuese y dar, además, las gracias.
Uno de los relatos más bellos legados por la ciencia ficción clásica; bajo su aparente simpleza esconde una profunda amargura y una más apabullante verdad. También es un ejemplo de cómo decir mucho en pocas líneas. Imprescindible.


**********************************************************************
 

El letrero en el escaparate decía:
 
Maestra de Escuela en Venta
Baratísima
 
Y en letras más pequeñas:
 
Puede cocinar, coser y sabe desenvolverse en el hogar
 
Al verla, Danby pensó en pupitres, borradores y hojas de otoño; en libros, sueños y risas. El dueño de aquel pequeño almacén de segunda mano la había ataviado con un vestido de alegres colores y unas minúsculas sandalias rojas. Permanecía en una caja, colocada en posición vertical en el escaparate, igual que una muñeca de tamaño natural, esperando que alguien la volviese a la vida.
Danby intentó descender de la calle hacia el estacionamiento donde tenía su Baby Buick. Probablemente, Laura tenía ya una cena automatizada dispuesta en la mesa y se pondría furiosa si llegaba tarde. Sin embargo, continuó donde se hallaba, alto y delgado, con su juventud aún cercana, refugiada en sus pardos y ávidos ojos, mostrándose débilmente en la suavidad de sus mejillas.
Su inercia lo molestó. Había pasado mil veces junto al almacén en su camino desde el estacionamiento a la oficina y viceversa, pero aquella era la primera vez que se detuvo para mirar el escaparate.
Pero..., ¿no era ésta la primera vez que el escaparate exhibía algo que le interesara?
Danby intentó afrontar la pregunta. ¿Le interesaba una maestra de escuela? No mucho. Sin embargo, Laura precisaba de alguien que le ayudase en las faenas domésticas, mientras no pudieran hacer frente al gasto de una criada automática y Billy, sin duda, sacaría provecho de algunas lecciones particulares, además de la televisión, ahora que se aproximaban los exámenes más difíciles.
Su cabello lo hizo pensar en la luz del sol de septiembre, y su rostro en un día de septiembre. Una neblina otoñal lo envolvió y, de súbito, su inercia lo abandonó por completo y empezó a caminar, pero no en la dirección que antes pensó.
—¿Cuánto vale la maestra de escuela del escaparate? —preguntó.
Antigüedades de toda clase se hallaban esparcidas por el interior del almacén. El dueño era un hombre viejo y menudo, con espeso cabello blanco y ojos de color del pan de jengibre. También tenía aspecto de antigüedad.
—¿Le gusta, señor? Es muy hermosa —fulguró ante la pregunta de Danby.
 Danby se sonrojó.
—¿Cuánto? —repitió.
—Cuarenta y nueve dólares con noventa y cinco centavos, más cinco dólares por la caja.
Danby apenas podía creerlo. Ante la escasez de maestras, lo lógico sería que el precio aumentara y no disminuyera. Un año antes, cuando pensó comprar una maestra de tercer grado reconstruida para que ayudase a Billy en su trabajo teleescolar, el precio más bajo que pudo encontrar sobrepasó los cien dólares. Sin embargo, la habría comprado de no haberle disuadido Laura. Su mujer nunca fue a una verdadera escuela y no lo comprendía.
¡Pero cuarenta y nueve dólares con noventa y cinco centavos! ¡Y también podía cocinar y coser! Seguro que Laura no tendría inconveniente. No lo habría, desde luego, a menos que él le diese oportunidad.
—¿Está... está en buen estado?
El rostro del dueño se oscureció.
—Ha sido completamente restaurada, señor. Nuevas baterías, nuevos motores. Sus cintas magnetofónicas pueden funcionar aún otros diez años y sus memorizadores, probablemente, durarán para siempre. Pase por aquí. La entraré y se la mostraré.
La caja estaba montada sobre ruedas, pero resultaba difícil de manejar.  Danby ayudó al viejo a empujarla fuera del escaparate y dentro del almacén. Permanecieron junto a la puerta, donde la luz era más clara.
El viejo retrocedió admirativamente.
—Quizás soy anticuado —dijo—, pero aún creo que los telemaestros jamás podrán compararse con los de verdad. Usted fue a una verdadera escuela, ¿no es cierto, señor?
Danby efectuó un gesto afirmativo.
—Lo pensé. Es curioso que nunca deje de advertirse.
—Póngala en funcionamiento, por favor —rogó Danby.
El activador era un pequeño botón, oculto detrás del lóbulo de la oreja izquierda. El dueño buscó a tientas durante un momento antes de encontrarlo; luego se escuchó un pequeño «clic», seguido de un suave y casi inaudible ronroneo. Al punto, el rubor se insinuó en sus mejillas, el pecho comenzó a elevarse y descender, los azules ojos se abrieron.
Las uñas de Danby se clavaron en las palmas de sus manos.
—Hágala decir algo.
—Puede responder casi todo, señor —afirmó el viejo—. Palabras, escenas, situaciones... Si decide tomarla y no queda satisfecho, devuélvala y tendré sumo gusto en restituirle su dinero. —Se colocó frente a la caja—. ¿Cuál es su nombre? —preguntó a la maestra.
—Señorita Jones. —Su voz era una brisa de septiembre.
—¿Su ocupación?
—Soy maestra de cuarto grado, señor, pero puedo desempeñar además los grados primero, segundo, tercero, quinto, sexto, séptimo y octavo, y tengo amplia formación humanística. Soy también hábil en las tareas domésticas, buena cocinera y puedo efectuar trabajos sencillos, tales como coser botones, zurcir calcetines, remendar descosidos y rasgaduras en la ropa.
—Pusieron muchos alicientes a los últimos modelos —explicó el viejo a  Danby—. Cuando al fin comprendieron que la teleeducación se implantaría, empezaron a hacer todo lo posible para derrotar a las compañías de cereales. Pero no lograron nada... Salga fuera de su caja, señorita Jones. Muéstrenos lo bien que sabe caminar.
Cruzó la pardusca habitación, con sus pequeñas sandalias rojas que centelleaban sobre el polvoriento suelo, con su vestido que era como un alegre chaparrón de colores. Permaneció en espera junto a la puerta.
A Danby se le hizo difícil hablar.
—Perfectamente —dijo por fin—. Póngala de nuevo en su caja; me la llevo.


—¿Algo para mí, papito? —gritó Billy—. ¿Algo para mí?
—Claro —confirmó Danby mientras empujaba la caja por el sendero de acceso para levantarla sobre el diminuto porche de entrada—. Y también para tu madre.
—Esperemos que valga la pena —cortó Laura, con los brazos cruzados en la puerta—. La cena está como una piedra.
—Puedes calentarla —repuso Danby—. ¡Mira, Billy!
Levantó la caja sobre el umbral, respirando con alguna dificultad, y la hizo entrar por el corto vestíbulo hasta la sala de estar. Ésta se hallaba invadida por un joven con chaqueta de color rosa que se había invitado a sí mismo a través de la pantalla de 120 pulgadas, desde donde se proclamaba ruidosamente la superioridad del nuevo Lincolnette 2061 convertible.
—¡Ten cuidado con la alfombra! —advirtió Laura.
—No te preocupes, no estropearé tu alfombra —aseguró Danby—. ¿Querría alguien, por favor, apagar la televisión para que tengamos un momento de tranquilidad?
—Yo la apagaré, papito. —Con sus zancadas de niño de nueve años, Billy cruzó la habitación y silenció al joven de la chaqueta rosa.
Danby hurgó en la cubierta de la caja, notando la respiración de Laura sobre la parte posterior de su cuello.
—¡Una maestra de escuela! —silbó la mujer con voz entrecortada al descubrir el contenido—. ¡Con todas las cosas que un hombre adulto podría traer al hogar para su esposa y apareces con esto!
—No es una maestra de escuela corriente —dijo  Danby—. Puede cocinar, coser, puede... Puede hacerlo exactamente todo. Siempre andas lamentándote que necesitas una criada. Bien, ahora ya la tienes. Y Billy tiene alguien que lo ayude en sus telelecciones.
—¿Cuánto? —Danby se dio cuenta por primera vez de lo afilado que era el rostro de su esposa.
—¡Cuarenta y nueve dólares con noventa y cinco centavos!
—¡Cuarenta y nueve dólares con noventa y cinco centavos! ¿Estás loco? Estuve ahorrando para cambiar nuestro Baby Buick por un nuevo Cadillette y tú lo malgastas en una vieja y estropeada maestra de escuela. ¿Qué sabe de teleeducación? ¡Si está anticuada en cincuenta años!
—¡No quiero que me ayude en mis telelecciones! —gritó Billy, mirando hoscamente hacia la caja—. Mi telemaestro dice que esas viejas maestras de forma humana no servían para nada. ¡Y les pegaban a los niños!
—¡No es verdad! —repuso Danby—. Sé lo que digo porque fui a una verdadera escuela todo el tiempo hasta el octavo grado. —Se volvió hacia Laura—. ¡Funciona bien, no está anticuada y sabe más acerca de la auténtica educación de lo que jamás sabrán tus telemaestros! Puede coser, puede cocinar.
—¡Entonces dile que caliente nuestra cena!
—¡Lo haré!
Introdujo la mano en la caja, bajó el pequeño interruptor del activador y, cuando se abrieron los ojos azules, dijo:
—Venga conmigo, señorita Jones —y la condujo al interior de la cocina.
Quedó sumamente complacido de la forma como ella respondió a sus instrucciones. La cena fue retirada de la mesa en un santiamén y puesta de nuevo en un abrir y cerrar de ojos, caliente, humeante y deliciosa.
Laura se ablandó.
—Bien.
—¡Claro que bien! —exclamó Danby—. Dije que podía cocinar, ¿no es cierto? Ahora ya no tendrás que quejarte de interruptores trabados, de uñas rotas, de...
—Está bien, George. No insistas.
Su rostro había vuelto a la normalidad, si bien aún parecía un poco afilado, pero ello habitualmente formaba parte de su atractivo, al igual que sus oscuros y cariñosos ojos y su boca de forma tan exquisita.
 Acababa de hacerse reforzar los pechos de nuevo y, en verdad, tenía un aspecto formidable con su nuevo negligé oro y escarlata. Puso un dedo bajo la barbilla de ella y la besó.
—Bueno, comamos —dijo.
Por alguna razón se había olvidado de Billy. Desde la mesa, vio a su hijo en el umbral de la puerta, mirando fija y tristemente a la señorita Jones, ocupada en preparar el café.
—¡No me pegará! —afirmó Billy, sosteniendo la mirada de su padre.
Danby rió. Se sentía mejor, ahora que la mitad de la batalla estaba ganada. La otra mitad podía ser atendida más tarde.
—Por supuesto que no va a pegarte —aseguró—. Ahora ven y sírvete la cena como un niño bueno.
—Sí —asintió Laura—, y date prisa. Dan  Romeo y Julieta en «La Hora del Oeste» y no quiero perdérmela.
Billy cedió.
—Bueno, está bien —dijo.
Sin embargo, evitó a la señorita Jones mientras entraba en la cocina y ocupaba su asiento en la mesa.
 
Romeo Montesco lió un cigarrillo con hábiles dedos, lo puso entre sus labios oscurecidos por el sombrero de ala ancha y lo encendió con un fósforo de cocina. Después condujo a su lustroso caballo hacia la ladera iluminada por la luna en dirección al rancho de los Capuletos.
—Me conviene mostrarme prudente —soliloquió—. Los altivos Capuletos, pastores y enemigos hereditarios de mi familia, descendiente de nobles ganaderos, me abatirán de un disparo sin contemplaciones, de presentarse la oportunidad. Pero esa muchacha que encontré esta noche en el calvero bien merece el riesgo.
Danby frunció el entrecejo. Nada tenía en contra de las readaptaciones de los clásicos, pero a su entender, quienes las escribían, se extralimitaban con sus eternos conflictos entre ganaderos y ovejeros. Con todo, Laura y  Billy no parecían hacer el menor caso. Inclinados hacia adelante en sus sillones especiales, miraban fija y extasiadamente la pantalla de 120 pulgadas. Tal vez los especialistas que escribían las obras tenían razón.
Hasta la señorita Jones parecía interesada..., pero eso resultaba imposible, recordó Danby. No podía estar interesada. Nada significaba el hecho que sus ojos azules estuviesen enfocados sobre la pantalla; lo único que hacía realmente era estar sentada allí, consumiendo sus baterías. Debería haber seguido el consejo de Laura y desconectarla.
El caso es que no tuvieron corazón para hacerlo. Era una crueldad privarla de la vida, aun temporalmente.
Danby experimentó una sensación de ridículo. Se movió irritado en su sillón al darse cuenta que había perdido el hilo de la obra. Cuando lo recuperó, Romeo había escalado el muro del rancho Capuleto y, tras deslizarse a través del huerto, se hallaba en un florido jardín.
Julieta Capuleto salió al balcón cruzando un par de antiguas puertas francesas. Llevaba un traje blanco de vaquera —o de ovejera—, con una falda de la longitud del muslo, y un sombrero de ala ancha coronaba sus abundantes y descoloridos cabellos rubios. Se asomó a la baranda del balcón y escrutó el interior del jardín.
—¿Dónde estás, Romeo? —dijo, arrastrando las palabras.
—¡Esto es ridículo! —exclamó bruscamente la señorita Jones—. ¡Las palabras, los trajes, la acción, el lugar..., todo es incorrecto!
Danby quedó atónito. Recordó entonces lo que el dueño del baratillo había dicho acerca de su respuesta a escenas y situaciones tanto como a palabras. En realidad, había entendido que el viejo se refería a las escenas y situaciones inherentes a sus obligaciones como maestra, no  todas las escenas y situaciones.
Una molesta prevención cruzó por la mente de Danby. Advirtió que tanto Laura como Billy se habían apartado de su alimento visual y observaban a la señorita Jones con ojos incrédulos. El momento era crítico.
Se aclaró la garganta.
—La obra no es realmente «incorrecta», señorita Jones —explicó—. Sólo ha sido escrita de nuevo. ¿No lo comprende? Nadie le prestaría atención en su estado original. Sin público, sin patrocinadores, ¿cuál sería su sentido?
—¿Pero tenían que convertirla en un western?
Danby miró con aprensión a su esposa. La incredulidad había sido reemplazada por un furioso resentimiento. Con precipitación se volvió hacia la señorita Jones.
—Los westerns están ahora de moda, señorita Jones —explicó—. Es una especie de renacimiento de los primeros días de la televisión. Como gustan a la gente, los patrocinadores los auspician y los escritores buscan nuevo material para ellos.
—¡Pero vestir a Julieta con traje de vaquera! Está por debajo del nivel de los espectáculos más ínfimos.
—George, ya basta —la voz de Laura era glacial—. Te dije que estaba cincuenta años anticuada. ¡O la desconectas o me voy a dormir!
Danby suspiró y se puso en pie. Se sintió avergonzado al aproximarse a la señorita Jones y buscar a tientas el pequeño botón detrás de su oreja izquierda. Ella le observó con sosiego, con sus manos reposando inmóviles sobre su regazo, su respiración yendo y viniendo rítmicamente a través de sus sintéticas fosas nasales.
Fue como cometer un asesinato. Danby se estremeció mientras regresaba a su sillón.
—¡Tú y tus maestras de escuela! —le reprochó Laura.
—¡Cállate! —cortó Danby.
Miró la pantalla e intentó interesarse por la emisión. No lo consiguió. El siguiente programa presentó una historia policíaca titulada Macbeth. Tampoco le agradó. Echó una mirada subrepticia a la señorita Jones. Su pecho estaba ahora inmóvil, sus ojos cerrados. La estancia parecía horriblemente vacía.
Al final no pudo soportarlo más. Se levantó.
—Voy a dar un paseo en coche —informó a Laura, y salió.


Hizo salir al Baby Buick fuera de la pequeña calzada para coches y se dirigió por la calle suburbana en dirección a la avenida, mientras se preguntaba una y otra vez por qué una antigua maestra de escuela lo había afectado de esta manera. No se trataba simplemente de nostalgia, aunque algo también había en sus sentimientos: nostalgia de septiembre, de la escuela, de la entrada a clases en las mañanas de septiembre, de ver como la maestra salía del pequeño cuarto junto a la pizarra al sonar la campana y decía: «Buenos días, niños. ¿No es un hermoso día para estudiar?»
Pero nunca le gustó la escuela más que a los otros chicos. Septiembre tenía aún importancia para él por algo más que los libros y los sueños de otoño. Era algo que perdió en alguna parte a lo largo de su vida, algo indefinible, intangible, algo que ahora necesitaba con desesperación.
Danby hizo girar el Baby Buick avenida abajo, virando entre los fugaces automóviles. Al dar vuelta para entrar en la calle lateral que conducía a Friendly Fred's, vio un nuevo puesto en la esquina con un gran letrero que rezaba:
 
¡HOT DOGS GIGANTES A LAS BRASAS!
¡Pruebe un auténtico hot dog a la parrilla!
¡Próxima apertura!
 
Pasó de largo y entró en el estacionamiento cercano a Friendly Fred's. Salió del coche hacia la noche estrellada de primavera y se acercó al local. Pese a hallarse atestado, se las arregló para encontrar un compartimiento vacío. Introdujo una moneda de 25 centavos en el distribuidor y marcó una cerveza.
La sorbió pensativamente en su vaso de papel parafinado. El compartimiento estaba mal ventilado y olía a su último ocupante, un bebedor de vino, supuso Danby. Pensó en los viejos tiempos, cuando el aislamiento en los bares era desconocido y había que permanecer mezclado con los restantes clientes con el desagradable resultado que cada uno sabía lo que los demás bebían y el grado de borrachera que alcanzaban. Su pensamiento volvió luego a la señorita Jones.
Una pequeña pantalla de televisión sobre el distribuidor de bebidas anunciaba: ¿Tiene problemas? Sintonice a Friendly Fred, que escuchará sus penas (sólo 25 centavos por tres minutos). Danby deslizó una moneda de un cuarto de dólar en la ranura correspondiente. Se escuchó un chasquido y la moneda repiqueteó en el recipiente de devoluciones, al mismo tiempo que la voz grabada de Friendly Fred decía:
—Ocupado en este momento, compañero. Estaré con usted dentro de un minuto.
Después de un minuto y otra cerveza, Danby efectuó un nuevo intento. Esta vez, la pantalla se iluminó y el rostro de Friendly Fred adquirió progresiva nitidez.
—Hola, George. ¿Cómo va?
—No demasiado mal, Fred. No demasiado mal.
—Podría ser mejor, ¿eh?
Danby hizo un gesto afirmativo con la cabeza:
—Lo adivinó, Fred. Lo adivinó. —Miró al pequeño mostrador con su solitaria cerveza—. Yo... compré una maestra de escuela —confesó.
—¡Una maestra de escuela!
—Admito que es extraño, pero pensé que quizás el niño necesitaría un poco de ayuda en sus lecciones..., los exámenes más difíciles llegarán pronto y ya sabe como se sienten los niños cuando no envían las respuestas correctas y no pueden ganar un premio. Y luego creí..., es una maestra de escuela especial, ¿comprende, Fred?..., pensé que ayudaría a Laura en las faenas de la casa. Cosas como ésas.
Su voz se apagó poco a poco mientras levantaba su vista hacia la pantalla.  Friendly Fred movía su amistoso rostro con solemnidad. Sus carrillos temblaron ligeramente.
—George,  escúcheme. Deshágase de esa maestra. ¿Me oye, George? Deshágase de ella. Esas maestras androides son tan perjudiciales como las auténticas..., las de carne y hueso, quiero decir. ¿Sabe por qué, George? No lo creerá, pero yo lo sé. Acostumbraban pegar a los niños. Es cierto, les pegan... — Se oyó un zumbido y la pantalla se hizo borrosa—. Ha terminado el tiempo, George. ¿Desea el importe de otro cuarto de dólar?
—No, gracias —repuso Danby. Acabó su cerveza y se marchó.
 
¿Odiaban todos realmente a las maestras de escuela? Y si era así, ¿por qué no odiaban todos también a los telemaestros?
Danby consideró esta paradoja durante todo el día siguiente, en el trabajo. Cincuenta años atrás pareció que los maestros androides iban a resolver el problema educativo tan eficazmente como la reducción de tamaño y precio de los automóviles había resuelto el problema económico. Con el cambio de siglo, no obstante, aunque los androides remediaron el déficit de maestros, sólo lograron poner en relieve el otro aspecto del problema, el déficit de escuelas. ¿Para qué servía disponer de suficientes maestros cuando no existía el número de aulas indispensable para la enseñanza? ¿Cómo se hallaría el dinero para construir nuevas escuelas, cuando el país tenía la necesidad constante de más nuevas y mejores autopistas?
Era absurdo decretar que la construcción de escuelas públicas debería tener prioridad sobre la de carreteras ya que, de descuidarse éstas, automáticamente disminuía la tendencia del ciudadano medio a comprar nuevos automóviles, debilitando de este modo la economía y precipitando una depresión. Esto hacía la construcción de nuevas escuelas algo más difícil de lo que era antes.
Aceptado esto, había que descubrirse ante las compañías de cereales. Al introducir los telemaestros y la teleeducación, habían salvado la situación. Un simple maestro en una habitación, con una pizarra a un lado y una pantalla de cine al otro, era capaz de impartir clases a cincuenta millones de alumnos. Si alguno de ellos se sentía molesto por el sistema de enseñanza, no tenía más que cambiar de canal para sintonizar otro de los programas teleeducativos patrocinados por las numerosas compañías de cereales. (Por supuesto, era responsabilidad de los padres del alumno que éste no se saltase las clases o sintonizara el grado siguiente antes de aprobar los exámenes correspondientes.)
Pero la mejor característica de tan ingenioso sistema era el feliz hecho que las compañías de cereales sufragaban todos los gastos, dispensando de este modo al contribuyente de una de sus más onerosas obligaciones y dejando sus bolsillos más preparado para afrontar los impuestos sobre las ventas, impuestos de gasolina, peajes y pagos de automóvil. Y todo lo que las compañías de cereales pedían, a cambio de este admirable servicio público, era que los alumnos —y, preferiblemente, también los padres— consumiesen sus productos.
Por lo tanto, no existía tal paradoja después de todo. Una maestra de escuela era un anatema, porque simbolizaba gasto; una  telemaestra era una respetable servidora pública, porque simbolizaba una gran concentración económica. Aunque la diferencia, Danby la sabía, iba mucho más allá.
El odio hacia las maestras de escuela era en parte atávico a consecuencia de las campañas de propaganda que las compañías de cereales lanzaron al poner su idea en práctica. Eran responsables del mito, ampliamente  difundido, que las maestras androides pegaban a sus alumnos y con frecuencia reactualizado en precisión por si alguien lo dudase aún.
La cuestión radicaba en que la mayor parte de los ciudadanos eran  teleeducados y, por lo tanto, no conocían la verdad. Danby era una excepción. Nació en una pequeña ciudad cuya localización montañosa hizo imposible la recepción de la televisión; antes que su familia emigrase asistió a una verdadera escuela. Por eso sabía que las maestras de escuela no pegaban a sus alumnos.
A menos que Androides Inc. hubiera distribuido por error uno o dos modelos deficientes. Y eso no era probable. Androides Inc. era una sociedad muy eficiente. Crearon excelentes mozos de estación de servicio, sin contar la reconocida calidad de sus taquígrafas, camareras y criadas.
Naturalmente, no estaban al alcance del negociante medio ni del padre de familia tipo... Pero, ¿no constituía todo eso una razón de más por la que Laura debería sentirse satisfecha con una sirvienta eficiente?
Pero no se sentía satisfecha. Cuando Danby llegó a casa aquella noche y la miró al rostro supo, sin asomo de dudas, que no se sentía satisfecha.
Jamás había visto sus mejillas tan contraídas, sus labios tan delgados.
—¿Dónde está la señorita Jones? —preguntó.
—En su caja —respondió Laura—. ¡Y mañana por la mañana la devolverás a quien la compraste y harás que te restituyan nuestros cuarenta y nueve dólares con noventa y cinco centavos!
—¡No me pegará otra vez! —gritó Billy, sentado en cuclillas frente a la pantalla del televisor.
Danby palideció.
—¿Le pegó?
—Bueno, no exactamente —dijo Laura.
—¿Lo hizo o no lo hizo? —insistió Danby.
—¡Explícale lo que dijo de mi telemaestra! —gritó Billy.
—Dijo que la maestra de Billy no estaba capacitada para enseñar ni a caballos.
—¡Y cuéntale lo que dijo de Héctor y Aquiles!
—Dijo que era una vergüenza sacar un melodrama de vaqueros e indios de una obra clásica como la Ilíada y llamarlo educación.
La historia salió gradualmente. La señorita Jones mostró, al parecer, una gran inquietud intelectual desde el mismo momento en que Laura la conectó por la mañana. Según la señorita Jones, todo en la casa de Danby era malo, desde los programas de teleeducación que Billy miraba en el pequeño televisor rojo de su habitación, y los programas matutinos y vespertinos que Laura contemplaba en el gran televisor de la sala de estar, hasta el diseño del papel para las paredes del vestíbulo (pequeños cadilletes rojos, retozando a lo largo de entrelazadas cintas de carretera), la ventana en forma de parabrisas de la cocina y la escasez de libros.
—¿Te das cuenta? —dijo Laura—. ¡Cree que aún se editan libros!
—Todo lo que deseo saber —manifestó Danby—, es si le pegó.
—Te lo estoy explicando.
Alrededor de las tres, la señorita Jones quitaba el polvo en el cuarto de Billy, que miraba obedientemente sus lecciones, sentado en su pequeño pupitre, absorto en los esfuerzos de los vaqueros por conquistar el poblado indio de Troya. De repente, la señorita Jones cruzó la habitación como una loca, enunció sacrílegos comentarios acerca de la alteración de la Ilíada, y apagó el aparato justamente en medio de la clase. Entonces fue cuando Billy comenzó a gritar; al irrumpir Laura en la habitación, encontró a la señorita Jones asiendo su brazo con una mano y levantando la otra para dar el golpe.
—Llegué a tiempo —concluyó Laura—. No sabes lo que pudo haber hecho. ¡Pudo haberlo matado!
—Lo dudo —cortó Danby—. ¿Qué sucedió luego?
—Tomé a Billy para apartarlo de ella y le ordené que se retirase a su caja. Después cerré la tapa. ¡Y te juro, George Danby, que permanecerá cerrada! ¡Mañana por la mañana la devolverás, si quieres que Billy y yo continuemos viviendo en esta casa.
 
Danby se sintió mal toda la noche. Apenas probó la cena y languideció durante «La Hora del Oeste», echando vistazos fugaces, cuando Laura no lo miraba, hacia la caja que permanecía silenciosa junto a la puerta. La heroína de «La Hora del Oeste» era una bailarina, una rubia que medía 98-60-95, llamada Antígona. Por lo visto, sus dos hermanos se habían matado el uno al otro en un tiroteo y el sheriff del lugar, un personaje llamado Creón, sólo permitió a uno de ellos un entierro decente en Boot Hill, insistiendo de modo ilógico en que el otro fuese abandonado en el desierto como pasto para buitres. Antígona mantenía otro punto de vista ante su hermana Ismenia; si un hermano merecía una tumba respetable, el otro también. Antígona iba a remediar esta situación. ¿Querría Ismenia ayudarla? Pero Ismenia era cobarde, por lo que Antígona decidió solucionar el problema por sí misma. Luego, un viejo explorador llamado Tiresias se dirigía hacia el pueblo y...
Danby se levantó sin ruido, se deslizó al interior de la cocina, y salió por la puerta de la cocina. Subió al automóvil y condujo hacia la avenida, con todas las ventanillas abiertas y el aire cálido golpeando su rostro.
El puesto de hot dogs de la esquina estaba casi concluido. Le echó una perezosa ojeada mientras giraba por la calle lateral. Había cierto número de compartimientos vacíos en Friendly Fred's y escogió uno al azar. Tomó varias cervezas, de pie en el pequeño mostrador solitario, y pensó durante largo rato. Seguro que su esposa e hijo se habían ido a dormir, volvió a su hogar, abrió la caja de la señorita Jones, y la conectó.
—¿Iba a pegar a Billy esta tarde? —preguntó.
Los ojos azules lo miraron con firmeza, mientras las pestañas temblaban a rítmicos intervalos y las pupilas se ajustaban gradualmente a la lámpara de la sala de estar, que Laura dejó encendida.


—Soy incapaz de golpear a un ser humano, señor. Creo que la cláusula está en mi garantía.
—Me temo que su garantía caducó hace algún tiempo, señorita Jones —repuso Danby. Su voz era espesa y sus palabras se confundían—. Pero no importa. Le tomó del brazo de todas formas, ¿no es cierto?
—Tuve que hacerlo, señor.
Danby frunció el entrecejo. Volvió a la sala de estar, caminando como si sus piernas fuesen de goma.
—Venga y siéntese. Explíquemelo todo, señ... señorita Jones —dijo.
La vio salir desde su caja y cruzar la habitación. Había algo extraño en su modo de andar. Su paso ya no era ligero, su cuerpo ya no parecía delicadamente equilibrado. Con sobresalto, se dio cuenta que cojeaba.
Se sentó en el canapé y se acomodó junto a ella.
—Le pegó patadas, ¿verdad? —inquirió.
—Sí, señor. Tuve que retenerle o hubiera continuado.
Una luz rojiza llenó la estancia. Luego, sutilmente, ésta se disipó ante la naciente comprensión que en sus manos se hallaba el arma psicológica con la cual podría reprimir en lo sucesivo toda objeción a la señorita Jones.
—Lo siento mucho, señorita Jones. Me temo que Billy es demasiado agresivo.
—Lo extraño sería lo contrario, señor. Quedé horrorizada hoy cuando supe que esos horribles programas constituyen todo su alimento educativo. Su telemaestro es poco más que un viajante encargado de vender la particular marca de copos de maíz de su compañía. Comprendo ahora por qué sus escritores han de volver a los clásicos para conseguir ideas. Su facultad creadora fue sofocada por los tópicos, ya desde su etapa embrionaria.
Danby estaba encantado. Jamás había oído a nadie hablar de ese modo hasta entonces. No eran las palabras. Era la manera con que las decía, la convicción que mostraba su voz, pese a tratarse de un altavoz hábilmente construido, conectado a unas cintas magnetofónicas, conectadas a su vez a inimaginablemente intrincados memorizadores.
Sentado allí junto a ella, viendo moverse sus labios, descender sus pestañas, siempre tan suavemente sobre aquellos ojos tan azules, era como si septiembre hubiese entrado a la habitación. De súbito, un sentimiento de paz lo envolvió. Los dulces y suaves días de septiembre desfilaron otra vez ante su mirada, y comprendió porqué eran distintos a los demás días. Eran diferentes porque tenían profundidad, belleza y quietud; porque sus cielos azules contenían promesas de días más dulces y suaves por venir.
Eran diferentes porque tenían significado.
Aquel momento se hacía grato de modo tan intenso que Danby deseó que jamás terminase. El mero hecho de pensar en ello le torturaba con insoportable agonía e, instintivamente, efectuó el único gesto físico a su alcance para prolongarlo.
Pasó un brazo alrededor de los hombros de la señorita Jones.
Ella no se movió. Seguía allí sosegadamente, con su pecho que se alzaba y descendía a intervalos regulares, sus largas pestañas que se movían hacia abajo de vez en cuando como oscuros y apacibles pájaros aleteando sobre azules y límpidas aguas.
—El programa que vimos la noche pasada —dijo Danby—. Romeo y Julieta. ¿Por qué no le gustó?
—Era más bien horrible, señor. Una parodia barata y despreciable, la belleza de los versos corrompida y oscurecida.
—¿Conoce usted los versos?
—Algunos de ellos.
—Dígalos, por favor.
—Sí, señor. Al terminar la escena del balcón, cuando los dos enamorados están despidiéndose, dice Julieta: ¡Buenas noches, buenas noches! Despedirse es tan dulce aflicción, que diré buenas noches hasta que sea mañana. Y contesta Romeo: ¡El sueño more sobre tus ojos, la paz en tu pecho! ¡Quisiera yo fuesen el sueño y la paz, tan dulces para descansar! ¿Por qué omitieron eso, señor? ¿Por qué?
—Porque estamos viviendo en un mundo despreciable —dijo Danby, sorprendido ante su súbita percepción—, y en un mundo despreciable las cosas preciosas son inútiles. Dig... diga los versos de nuevo, por favor, señorita Jones.
—¡Buenas noches, buenas noches! Despedirse es tan dulce aflicción, que diré buenas noches hasta que sea mañana.
—Déjeme terminar —Danby se concentró—. El sueño more sobre tus ojos, la paz...
—...en tu pecho...
—Quisiera yo fuesen el sueño y la paz, tan...
—...dulces...
—¡...tan dulces para descansar!
Bruscamente la señorita Jones se puso en pie.
—Buenas noches, señora —dijo.
Danby no se molestó en levantarse. No habría servido de nada. De cualquier modo, podía ver bastante bien a Laura desde donde se hallaba. Su mujer, que permanecía en el umbral de la sala de estar con su nuevo pijama «Cadillete» y sus pies desnudos silenciosos en su subrepticio descenso de la escalera. Los automóviles bidimensionales que adornaban el pijama eran de un vivo bermellón y parecían correr sobre su cuerpo yacente, rampando por encima de sus pechos, su vientre y sus piernas.
Vio su afilado rostro y sus fríos y despiadados ojos y supo que serían inútiles las explicaciones, que no comprendería, no podría comprender. Y descubrió con súbita y horrible claridad que en el mundo en que vivía, septiembre estuvo muerto durante décadas, y se vio a sí mismo cargando la caja por la mañana en el Baby Buick y descendiendo las relucientes calles de la ciudad en dirección al pequeño almacén de objetos para pedir al dueño que le devolviese su dinero. Miró a la señorita Jones permaneciendo incongruentemente en la poco acogedora sala de estar y la oyó decir, una y otra vez, como un disco rayado:
—¿Algo está mal, señora? ¿Algo está mal?


Transcurrieron varias semanas antes que Danby se sintiese lo suficientemente bien para volver a Friendly Fred's en busca de una cerveza. Para entonces, Laura había empezado a hablarle otra vez y el mundo, aun cuando no fuera el mismo de antes, recuperó algunos de sus aspectos anteriores. Hizo salir al Baby Buick de la pequeña calzada y se introdujo calle abajo en el multicolor tráfico de la avenida. Era una clara noche de junio y las estrellas aparecían como puntas de alfileres de cristal sobre el fuego fluorescente de la ciudad. El puesto de  hot dogs de la esquina estaba terminado y abierto al público. Varios clientes junto al resplandeciente mostrador cromado miraban como una camarera estaba dando vueltas unos panecillos de Viena sobre una también cromada parrilla. Había algo familiar en el alegre centelleo de su vestido, el modo en que se movía, la forma en que el suave nacimiento de su cabello enmarcaba su dulce rostro. El nuevo propietario se apoyaba sobre el mostrador a cierta distancia, charlando con un cliente.
Había una tensión en el pecho de Danby mientras estacionaba el Baby Buick, salía y se encaminaba a través del batiente de hormigón hacia el mostrador; una tensión en su pecho y un constante latido en sus sienes.
Había llegado a la parte del mostrador donde se hallaba el propietario y, cuando iba a inclinarse para abofetear su presumido y grueso rostro, vio un pequeño letrero de cartón apoyado contra un tarro de mostaza, letrero que decía:

SE NECESITA MOZO.

Un puesto de hot dogs estaba muy lejos de ser un aula de septiembre, y una maestra distribuyendo hot dogs jamás se podría comparar con una maestra dispensadora de sueños. Pero cuando se necesitaba algo con urgencia había que tomarlo sea como fuese y dar, además, las gracias.
—Podría trabajar por las noches —dijo  Danby al propietario—. Es decir, desde las seis hasta las doce.
—Sería estupendo —manifestó el propietario—. Aunque me temo que no podré pagarle mucho al principio. Comprenda, acabo de empezar y...
—No importa —replicó Danby—. ¿Cuando empiezo?
—Cuanto antes mejor.
Danby se acercó hasta donde una parte del mostrador se levantaba sobre ocultos goznes, entró en el interior y se quitó la chaqueta. Si a Laura no le gustaba la idea, podía irse al infierno, pero sabía que no le importaría, porque el dinero adicional que ganase haría realidad el sueño de su mujer, el Cadillete.
Se puso el delantal que le entregó el propietario y se unió a la señorita Jones frente a la parrilla.
—Buenas noches, señorita Jones —dijo.
Ella volvió la cabeza y sus ojos azules parecieron iluminarse y su cabello era como el sol surgiendo en una brumosa mañana de septiembre.
—Buenas noches, señor —respondió, y un aire de septiembre se levantó en la noche de junio y sopló a través del puesto y fue como volver a la escuela otra vez, después de un interminable y vacío verano.

FIN

Nota: Las imágenes pertenecen a The lonely, famoso episodio de la serie La dimensión desconocida donde un hombre se ve obligado a convivir con un robots de aspecto femenino.

jueves, 11 de noviembre de 2021

La venganza de Nofret (Agatha Christie)


Agatha Christie escribió La venganza de Nofret como respuesta a un desafío. En 1944 un amigo la retó a escribir una novela policial ambientada en el antiguo Egipto porque según él: ''Las novelas históricas tienen interés y producen sensación de seriedad''. Entusiasmada con la idea, la escritora inició de inmediato la búsqueda de información sobre el periodo histórico en cuestión. Tanto la absorbió esta labor que llegó a olvidar el peligro de las bombas que por entonces caían profusamente sobre Londres. El resultado final compensa con creces tal descuido: La venganza de Nofret es una novela histórico-policial que atrapa de principio a fin.

Resumen
Tras enviudar, la joven Renisenb retorna a la casa paterna en compañía de su pequeña hija Teti. Al principio todo parece marchar como en su infancia y, conforme con la situación, la joven se dispone a olvidar los ocho años que vivió alejada del antiguo hogar. Pero las cosas toman un vuelco inesperado cuando su padre, el sacerdote Imhotep, regresa de un viaje trayendo consigo a Nofret, una joven y bella concubina cuya presencia trastorna el hogar.
Pese a tener un carácter apacible y anhelar la paz familiar, Renisenb se convierte en el blanco principal del odio y desprecio incomprensibles que Nofret parece sentir hacia la familia. A su vez los hermanos y cuñadas de Renisenb ven en la concubina una amenaza para su herencia. Cuando Imhotep parte a otro viaje, las cuñadas comienzan a atacar a Nofret aun en contra de las advertencias de Esa, la vieja y astuta madre de Imhotep. Esto llega a su punto máximo cuando una de las cuñadas golpea a Nofret. La concubina escribe a su señor denunciando lo ocurrido y éste, sin pensar bien en lo que hace, responde que se casará con Nofret y desheredará a sus hijos. El odio hacia la concubina estalla y se desata la tragedia: Nofret muere en extrañas circunstancias poco antes del regreso de Imhotep. Todo parece recuperar su cauce natural, aunque el escriba Hori asegura lo contrario. Pronto Renisenb está de acuerdo con él, pues comienza a percibir unos cambios leves pero evidentes y decisivos en los distintos miembros de su familia.
Hay una segunda muerte y la vieja e intrigante sirvienta Henet habla de la venganza de la concubina muerta. Una tercera muerte pone en alerta a toda la familia. ¿Hay un fantasma acechando la casa o un asesino entre la misma familia? Imhotep se desmorona, Henet revela su verdadera naturaleza y sólo Hori, Esa y Renisenb intentan resolver el asunto de un modo racional.

La novela tiene varios aciertos que hacen su lectura ágil, fácil y agradable de seguir. Los capítulos son cortos y abundan los diálogos de todo tipo, desde el chismorreo familiar a la charla intelectual. Los personajes están bien definidos y la ambientación es hermosa y elegante. Los apasionados por el antiguo Egipto disfrutarán de la novela por su originalidad, ya que prefiere adentrarse en la vida cotidiana de una familia de la aristocrática clase sacerdotal en lugar de relatar la típica y manoseada historia de faraones y pirámides. Odios, celos e intrigas al por mayor. Quizás la falla de La venganza de Nofret esté precisamente en que los personajes son demasiado definidos, la mayoría casi estereotipos: La sirvienta intrigante, la chica hermosa y superficial, el viejo tonto con delirios de grandeza, el muchacho egoísta y presumido, la mujer estúpida, la mujer dominante… En algún momento esto puede resultar irritante, sin embargo el misterio es tan envolvente que el interés nunca decae y se acaba disfrutando incluso de los estereotipos.

Otra falla muy notoria está en el personaje principal, Renisenb. Es difícil creer que una mujer que estuvo casada durante ocho años, tuvo una hija y enviudó, al regresar al hogar paterno pretenda actuar como si esos años y toda su vida matrimonial nunca hubieran existido. Es inverosímil que el matrimonio, la maternidad y la viudez no dejaran huellas en su vida espiritual; Renisenb, aunque meditativa, es bastante inmadura. Cuando se enamora de Kameni adopta una actitud ridícula; los demás arrojan insinuaciones y bromas al respecto y ella contesta como una colegiala de 13 años, no como una mujer adulta, viuda y madre de una niña.
Aun así, con sus prototipos y fallas, La venganza de Nofret es una novela agradable, entretenida y cautivante que se lee rápido con gusto una y otra vez.
 
Lo mejor: La historia, los diálogos, la ambientación...
Lo peor: Tal vez los personajes resulten demasiado estereotipados.
Conclusión: Novela entretenida y fácil de leer. Imperdible para los lectores de Agatha Christie y los fanáticos de la novela histórica y la intriga policial. 

jueves, 21 de octubre de 2021

Las crónicas vampíricas (Anne Rice)


Las crónicas vampíricas son un conjunto de 13 novelas fantásticas escritas por la estadounidense Anne Rice. Las novelas, que difieren en calidad y duración, relatan la ''vida'', aventuras y desventuras de un reducido grupo de vampiros reunidos en torno a Lestat de Lioncourt, un joven noble francés vampirizado en 1780 por el ex alquimista Magnus. Las historias se desarrollan en periodos históricos que van desde la Antigüedad hasta los inicios del siglo XXI, y en lugares del mundo que comprenden, entre otros, el antiguo Egipto, la Roma de los césares, la Venecia renacentista y, finalizando el siglo XX, Nueva Orleans, Estados Unidos. Varias novelas de la serie se pueden leer de manera independiente, aunque básicamente se trata de historias continuadas.
Las novelas son: Entrevista con el vampiro (1976), Lestat el vampiro (1985), La reina de los condenados (1988), El ladrón de cuerpos (1992), Memnoch el diablo (1995), Pandora (1998), Armand el vampiro (1998), Vittorio el vampiro (1999), Merrick (2000), Sangre y oro (2001), El santuario (2002), Cántico de sangre (2003), El príncipe Lestat (2014), El príncipe Lestat y los reinos de la Atlántida (2016) y La comunidad de la sangre (2018).
Antes de entrar de lleno en el tema debo dejar algo en claro: Hubo una época de mi vida en la que adoré a los vampiros. O más bien a cierto tipo de vampiros, ciertas versiones del mito. Esa fue en mi etapa gótica, hoy estoy en otra muy diferente; mis gustos, ideas y filosofía de vida actual no dejan espacio para hermosas pero anacrónicas sanguijuelas de aspecto humano. Creo fuera de toda duda que los vampiros, como las sirenas y los dragones, son criaturas obsoletas. En este mundo de computadoras, robots, comida sintética, biotecnología, cámaras de vigilancia y noches artificialmente sobre iluminadas, ¿qué lugar resta para seres que moran en la oscuridad y el anonimato sobreviviendo a base de la muerte? Así que mi apreciación de la literatura vampírica moderna está determinada tanto por mi propia visión de estos seres como por la calidad literaria del material existente. 
Ahora pasemos al tema.

Cuando a finales de los 90 vi por primera vez la espléndida película Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1994), me enamoré perdidamente de Lestat y deseé leer la novela homónima. No pude hacerlo en ese entonces pues el precio del libro era demasiado alto para mi presupuesto. Durante años tuve que conformarme con el Lestat cinematográfico, tan soberbiamente interpretado por Tom Cruise. Amé a ese Lestat de un modo apasionado, aun cuando mi auténtico amor vampiro es y será el incomparable Spike, alias Willian The Bloody.
El éxito de la película fue enorme y trajo consigo el relanzamiento de la novela y sus secuelas, así como la publicación de más entregas de la serie. La última apareció en 2018. Alrededor de estas novelas se formó un auténtico culto que reúne a los más diversos tipos de fanáticos de los vampiros: Góticos auténticos y de supermercado, adolescentes bobalicones, seguidores de la literatura fantástica, e incluso pervertidos sexuales.
Casi veinte años después de ver la película Entrevista con el vampiro me hice con la serie completa gracias a esa maravilla llamada PDF. Tardé poco tiempo en descargarla pero bastante en comenzar a leerla, pues gracias a la Red tuve acceso a muchas lecturas que durante años había anhelado de manera apremiante, y estas ocuparon bastante de mi tiempo. Comencé a leer Las crónicas vampíricas recién a inicios del 2019… Fue un error esperar tanto tiempo. Debí leerlas cuando aún tenía un interés más que literario en los vampiros. Debí leerlas cuando todavía era lo bastante joven como para considerar fascinantes a esos monstruos...

De Las crónicas vampíricas se ha escrito bastante; la Red está saturada de información sobre el contenido de cada novela y sus personajes, todo ello acompañado siempre de comentarios halagüeños. No tengo intención de repetir esos datos y comentarios. Lo que pretendo es marcar los puntos negativos de una serie a ratos impresionante, a ratos insoportable. Lo haré exponiendo los logros y fallas de cada novela de la serie, exceptuando las dos últimas, que no he leído ni deseo leer.
 
Orígenes de Las crónicas vampíricas
Los primeros libros de la serie -Entrevista con el vampiro, Lestat el vampiro y La reina de los condenados- forman una trilogía perfecta, pues hay una continuidad lógica entre ellos. Son los mejores números de Las crónicas vampíricas; sus historias, personajes e ideas son fascinantes y originales. Si debe leerse algo de Anne Rice, recomiendo estas tres novelas sin ninguna duda.
No obstante, en estas primeras novelas la escritora ya introduce un elemento que repetirá de modo insistente en cada una de las secuelas, al punto de acabar convirtiéndolo casi en el tema principal de la serie. Este elemento es una fuerte visión cristiano-católica del mundo, trasunto de las ideas religiosas de la propia escritora, que marca la existencia de casi todos los personajes. A ratos Las crónicas vampíricas parecen las historias de unos chupasangres obsesionados con Dios, la culpa y el cielo, y a los que sólo les falta el rosario y la hostia para ir repartiendo latines. El concepto sólo desaparece en El príncipe Lestat.
La muerte de su hija Michelle a los cinco años producto de la leucemia, sumió a Rice en un profundo trauma que derivó en una crisis espiritual de fuerte carácter religioso. Católica devota, Rice no pudo dejar de creer en el dios del Vaticano, pero su resentimiento hacia Él la llevó a iniciar un largo periodo de búsqueda de respuestas a las viejas interrogantes sobre el sentido de la vida, el sufrimiento y la muerte, y la explicación a la dualidad Dios-Satanás y Materia-Espíritu, así como al origen del mundo y el destino final de las almas. Todas estas dudas, en sus diversos grados de reflexión y con sus posibles respuestas o silencios, fueron plasmadas en Las crónicas vampíricas

Fallas de la serie
Varias novelas de la serie contienen larguísimos diálogos donde las vampiros se cuestionan su lugar en el plan divino, pues en el universo de Las crónicas vampíricas todos creen en algún tipo de deidad, y la mitad de los creyentes son católicos casi convencidos de la realidad de su fe. Así lo demuestra la costumbre, casi sagrada para los vampiros principales, de hacer de ángeles justicieros intentando beber sólo sangre de gente malvada que parece aguardar por ese justo castigo. Esto último sucede porque los personajes se mueven en un mundo casi exclusivamente católico aunque salpicado de cultos salvajes de origen africano. Así pasa en el entorno personal del inglés David Talbot, que parece desconocer la existencia de la iglesia anglicana pero es miembro de un culto brasileño; o en el de la bruja mestiza Merrick, obsesionada con su partida de bautismo y asidua de la misa dominical, a la vez que usa el cráneo de su propia hermana en grotescos rituales mágicos.
Pronto se llega a la conclusión de que Anne Rice aprovechó la popularidad del vampiro para vender sus propias dudas, interrogantes y conclusiones sobre Dios y el mundo, y en el proceso deformó y degradó el mito, por otra parte ya bastante degradado. Porque un vampiro que sólo mata al malvado, no tiene vida sexual y dedica largo tiempo de su dilatada existencia a cuestiones teológicas, es simplemente decepcionante.
Sin duda ese catolicismo exagerado que resuma toda la serie es el punto más negativo de Las crónicas vampíricas. Rice ni siquiera menciona las otras grandes religiones del mundo, aun cuando entre sus vampiros se cuentan árabes e indios.
Pero a distinto nivel existen otros muchos puntos negativos que no puedo dejar de mencionar.
El primero está en la forma demasiado estereotipadamente femenina de la narrativa. Se sabe de inmediato que el escritor es una mujer, pues muchos diálogos, frases o actos de los personajes masculinos tienen un notorio aire afeminado -en el sentido sensiblero y negativo de feminidad- que les resta credibilidad.
En la narración misma, el punto negativo más obvio es un exceso de detalles a ratos abrumador. Rice describe minuciosamente personas y ropa; el estilo, corte, colorido y calidad textil de la vestimenta de los personajes ocupa demasiadas líneas.
También hay un exceso de escenas prescindibles; la escritora parece decidida a relatar cada detalle de ciertos momentos de la existencia de sus personajes, por predecibles o superfluos que sean, dejando fuera de escena otros más interesantes.
En las historias mismas debo mencionar lo poco creíble de algunas situaciones. No me refiero a la parte fantástica de la serie; ahí Rice brilla al conseguir crear sin mayor dificultad el ambiente adecuado para convencer al lector de lo verosímil de situaciones imposibles. Rice falla en la parte contraria, en recrear acontecimientos donde intervienen seres humanos. Los humanos no encajan bien en el universo de Las crónicas vampíricas. Debieran ser el elemento normal de la serie, el opuesto del vampiro; sin embargo no lo son, ya que sus vidas están llenas de situaciones extremas y extrañas que no convencen precisamente por su exageración.
Un detalle que no deja de llamar mi atención es la descarada exhibición de riqueza del 90% de los personajes. Vampiros y humanos por igual poseen el capital más que suficiente para no tener que trabajar por necesidad ni un solo día de sus vidas, e incluso les sobra para mantener como un príncipe -o princesa- al bonito parásito que les plazca. Curiosamente todos estos billonarios poseen sensibilidad artística y casi del mismo tipo; adoran la pintura, en especial la renacentista, y la música clásica. De música moderna parecen conocer sólo el rock estadounidense de los 80... Me pregunto qué pensaría Lestat de un álbum tipo Low de David Bowie, o Vienna de Ultravox...
Estos ricachones aficionados al arte desconocen o ignoran la ciencia y no comprenden la tecnología. Lestat puede saber mucho sobre camisas de seda con volantes, pero es incapaz de manejar un teléfono móvil y desconoce la jerga médica básica. Esto porque el 95% de los vampiros fueron convertidos en tales por su belleza física, no por sus dotes intelectuales. El propio Lestat es el último de casi un centenar de jóvenes rubios y apuestos secuestrados y cruelmente asesinados por Magnus, que buscaba un heredero con un aspecto hermoso determinado.
También falta una verdadera razón para la existencia y propagación del vampirismo. Rice intentó terminar la serie con un discurso ambiguo acerca del sinsentido y horror de la vida humana, frágil y condenada a perecer. Su conclusión es simple: Hay que huir de la horrorosa muerte al precio que sea. Tal conclusión es tan deprimente como equivocada, pues pasa por alto la incontrovertible verdad de que la muerte y la conciencia de la misma es lo que ha llevado tan lejos a la humanidad, expandiéndola por la tierra y elevándola hasta los cielos en una lucha continua contra la muerte total a través de la creación colectiva e individual. Rice se niega a comprender que una raza de vida demasiado extensa se estancaría y degeneraría rápidamente por carecer del principal incentivo para toda creación no esencial, es decir la apremiante necesidad de justificar o valorizar la existencia a través de esa creación. Y una raza que no creara acabaría en la extinción por inercia mental. 
Lamentablemente Rice se preocupa en exceso del individuo, ignorando la especie como un todo. Por lo mismo sus vampiros pueden ser encantadores como personas pero como raza no son nada; la historia de su especie no puede competir con la enorme diversidad y maravilla de la historia humana. Y como su condición de casi inmortales les priva de la inventiva, todo cuanto poseen, material y espiritual, es fruto de la humanidad; no existen verdaderos filósofos, escritores ni guerreros vampiros. Destacan en el arte, pero en ellos no hay genialidad, imitan el genio humano, hijo del ansia de vivir a través de la obra.
Debo aclarar que, en conjunto, la serie también tiene muchos logros que no se pueden pasar por alto. Estos son:
Está bien escrita, con un lenguaje sencillo pero no vulgar que la hace fácil de leer para casi cualquier lector. 
Algunas de sus historias -principalmente las contenidas en los tres primeros libros- son cautivantes y se leen con autentico deleite.
Contiene momentos que erizan la piel, pues Rice posee una admirable capacidad para crear secuencias fascinantes o espeluznantes.
Algunas de sus novelas entregan sencillas pero amenas clases de historia universal. Amo la Historia y me complace saber que a través de estas novelas parte de ella llegará a conocimiento de personas que jamás abrirán un libro para saber sobre Roma Antigua, Constantinopla y el Renacimiento.

Ahora expondré lo negativo de la serie novela a novela, incluyendo una brevísima sinopsis y destacando lo bueno de cada una.

Entrevista con el vampiro: En esta novela inicial el vampiro Louis relata su historia al joven periodista Daniel Molloy. La novela es muy popular y las únicas críticas negativas que puedo hacerle se relacionan principalmente con la historia de Claudia, la niña vampiro creada por Louis y Lestat. Claudia tiene aproximadamente 6 años al momento de su transformación y por el resto de su vida permanece con el aspecto de esa edad, convirtiéndose en una mujer aprisionada en un cuerpo infantil. Esto vuelve más que incómoda su relación con Louis. Respecto a Claudia, Louis se muestra a sí mismo como una especie de pedófilo al que puede excusarse por ser un vampiro impotente y cristiano, lo que no  hace menos desagradable las descripciones de los muchos y nada castos besos y toqueteos que prodiga a Claudia, así como sus patéticas y al final hipócritas declaraciones de amor a la misma. Patéticas por su incapacidad para manejar la situación, e hipócritas porque a despecho de su tan cacareado y llorado amor, tras la muerte de Claudia no duda mucho en asociarse con Armand, líder de los vampiros que asesinan a su amada y el personaje menos definido de toda la serie.
La relación de Louis y Armand sirve para presentar la idea más absurda de la serie: Vampiros asexuales. Los fans de los vampiros como símbolos de la lujuria se llevarán una desilusión al leer estas novelas. Los vampiros de Rice se besan, abrazan, acarician, manosean y miran con pasión; se hacen juramentos de amor e intercambian frasecitas cursis, pero nunca mantienen relaciones sexuales en el sentido correcto de la palabra porque la mayoría son impotentes o genitalmente insensibles. Lo único que un vampiro macho introduce en sus amantes es su lengua, dedos y colmillos. Louis y Armand deben ser vistos como una pareja de amantes sólo porque ellos insisten en llamar así a su unión, pero en la práctica no lo son. Un gran punto en contra de estos hermosos vampiros.
En cuanto a lo positivo, Entrevista con el vampiro posee muchos grandes momentos. Uno de los mejores es el del asesinato de Lestat y su posterior regreso en compañía de un joven músico vampirizado. Anne Rice es admirable en sus escenas de violencia, mucho mejor que en las más relajadas, donde puede llegar a ser bastante agotadora. Debo destacar el homenaje al vampiro clásico en el relato del encuentro de Louis y Claudia con un extraño y horroroso chupasangre de la Europa Oriental. Es un episodio que los admiradores del viejo vampiro europeo agradecemos con toda sinceridad.

Lestat el vampiro
: La segunda novela amplía la historia narrada en la primera, explicando desde el punto de vista de Lestat mucho de lo que en Entrevista con el vampiro Louis sólo esboza o malinterpreta. Lestat relata sus orígenes como un noble provinciano, su fuga de casa para convertirse en actor y las circunstancias de su transformación a manos de Magnus. Se presentan nuevas situaciones y personajes, y ahí comienzan las fallas de la novela. Empeñada en narrar hasta el más mínimo gesto de sus personajes, Rice estira las situaciones hasta el límite, convirtiendo momentos fascinantes en insoportables. Los pasajes correspondientes a la locura del amigo-amante de Lestat y los de la conversión y primeras cacerías de Gabrielle, son agotadores. Para colmo cada vampiro que se cruza en el camino de Lestat le relata su historia con abundantes diálogos y detalles. La novela es cautivante en su historia pero pesada en su estructura.
Lo mejor vuelven a ser ciertos pasajes precisos que dejan sin habla. Definitivamente Rice es tan exasperante como fascinante. Podría mencionar la visita de Lestat a los vampiros autodenominados Hijos de Satán en el Cementerio de Los Inocentes, un cuadro macabro digno de Goya. O el origen del Teatro de los Vampiros, historia bastante irónica. También algunas partes del relato de Marius…
La novela acaba con un final abierto, dejando el escenario listo para la siguiente de la serie.

La reina de los condenados
: Akasha, la madre de todos los vampiros, se levanta de su largo sueño con la intención de convertir a Lestat en su consorte y de paso destruir a toda la población humana masculina. Se revela el origen de los vampiros y se presenta a La Talamasca, una misteriosa sociedad de estudiosos de lo paranormal.
Esta es mi novela favorita de la serie y la única a la que no le encuentro tantos defectos. Me encanta la historia y la forma como está escrita, en especial la primera parte, donde un narrador omnisciente -recurso casi inexistente en el resto de la serie- relata varias historias que acaban por convergir en cierto momento de 1985. La mayoría de esas historias son envolventes, especialmente la de Khayman y la de Jesse, sin embargo su desenlace, con prácticamente todos los personajes humanos y vampiros asistiendo al concierto de Lestat y participando de una u otra forma en los acontecimientos, es apoteósico. Rice no ha vuelto escribir una secuencia tan espectacular como esa. Es sinceramente impresionante.
La segunda parte presenta al selecto grupo de vampiros que se reúne para intentar detener a Akasha. En la reunión se relata el origen del vampiro y su vínculo con las brujas gemelas Maharet y Mekare, cuya cautivante y dolorosa historia es la más triste y emotiva de toda la serie. Por contraste, la historia del consorcio Akasha-Lestat es completamente insípida y aburrida, pues Lestat no hace nada destacado tras ser llevado por Akasha, limitándose al rol de comparsa.
Los capítulos dedicados a la parejita son los más soporíferos de la novela, y sin embargo no son lo peor de ella, ese lugar se lo lleva el desenlace de todo el asunto. Porque la reunión de vampiros en casa de Maharet no conduce a nada. Todos intentan razonar con la necia akasha, así que no hay enfrentamiento físico o mágico entre esta y sus hijos; nadie es destruido o al menos herido. Ignoro la razón final de reunirlos para una batalla verbal, aunque presumo que Rice deseaba presentar a los personajes que serían recurrentes en la serie. Aun así debió incluir un poco de lucha y matar por lo menos a uno en lugar de colocarlos a todos de espectadores quietos del duelo entre Akasha y Mekare. Daniel y Santino hubieran sido unas víctimas excelentes y nadie los extrañaría; el primero jamás ha sido un personaje destacado y el segundo no es muy apreciado. Lamentablemente en Las crónicas vampíricas nunca mueren personajes importantes, e incluso Rice juega con el concepto matando a alguno al final de una novela para resucitarlo al comenzar la próxima.
Pese a estas fallas, sigo considerándola como la mejor novela de la serie.

El ladrón de cuerpos
: La primera de las novelas oportunistas escritas para aprovechar el éxito de las anteriores pero sin lograr su calidad argumental ni literaria. No es un relato sobre vampiros sino la aburrida historia de las desventuras de Lestat tras intercambiar de cuerpo con un humano. Los sucesos son demasiado predecibles. El lector sabe que Lestat realizará el cambio de cuerpo y será engañado; sabe que no podrá manejar ese cuerpo ni interactuar normalmente con otros humanos; sabe que la monja a la que desvirga no cree una palabra de cuanto él dice; sabe quién terminará habitando ese cuerpo… Lo único original es la locura mística de la monja desvirgada y algunas situaciones tragicómicas resultantes del cambio de cuerpos, como aquella de Lestat delirando en una cama de hospital por causa de un resfriado.
La novela no incluye mordeduras ni tragos de sangre excepto en las últimas páginas, donde Lestat muestra su naturaleza malvada al vampirizar por la fuerza a su amigo, el erudito inglés David Talbot, acto aborrecible que es el equivalente vampírico de una violación sexual.
No hay personajes secundarios a excepción de David Talbot; el Ladrón de cuerpos y la monja son relevantes pero tienen apariciones muy breves, y el propio David desaparece durante varios capítulos. Lestat dedica una buena parte de la novela a intentar convencer al lector de cuan irresistible es David y de lo mucho que lo desea -expresión que en lenguaje vampírico significa que ansía beber su sangre-, pero no lo consigue. David tiene 74 años y es un bisexual peludo con preferencia por los jovencitos de ascendencia negra. Hay cierto incómodo tufillo pedófilo en este personaje. Por cierto, sería interesante que los personajes masculinos de la serie explicaran como concilian su empecinado catolicismo con sus costumbres sexuales, puesto que la mayoría son bisexuales desde antes de convertirse en vampiros y no parecen cuestionarse el tema. 

Memnoch el diablo
: Esta novela es incluso peor que la anterior. Ni siquiera es una auténtica novela sino un extraño relato donde un ser que asegura ser el Diablo lleva a Lestat a un viaje a través del tiempo y el espacio para asistir, entre otros acontecimientos, a la creación y evolución del universo, el desarrollo de la humanidad, el nacimiento del alma, y la rebelión de Satán. Lestat incluso visita el cielo y el infierno, y regresa a la tierra con el velo de Verónica.
Anne Rice sigue creyendo en la versión católica de Dios, pero no en su amor. La escritora insiste en encontrar una razón al sufrimiento y la muerte, y una lógica a la creencia en el cielo y el infierno. Incluso da un interesante origen al alma. Vislumbro un velado espiritualismo materialista en las ideas religiosas de Rice. Es claro que se encuentra dividida entre un catolicismo recalcitrante y las ideas adquiridas en sus investigaciones espirituales, que expone de una forma bastante fácil de seguir aunque no consigue tocar la sensibilidad espiritual del lector. Sus descripciones del cielo y el infierno, basadas en tradiciones culturales obsoletas, son pueriles, infantiles y casi ridículas; no pueden seducir ni asustar porque no son creíbles en ninguna forma. La historia del velo de Verónica es una soberana estupidez que los mismos católicos reconocen como una alegoría.
Para hacer aún más absurdo todo, la breve historia que enmarca el asunto es de lo más cursi y falsa. Lestat acecha a un peligroso delincuente de cuya sangre desea alimentarse. El delincuente es un espécimen de lo peor, pero tiene por hija a Dora, una guapa tele evangelista que pretende realizar una reforma definitiva en el mundo cristiano. Por supuesto, Dora se obliga a ignorar que las mujeres no tienen lugar en las grandes reformas religiosas. Lestat ronda a la chica como perro en celo, pues de tanto acechar al padre acaba enamorado de la hija. Dora no desea saber nada de su malvado padre, pero no le avergüenza aceptar su dinero mal obtenido.
Lestat devora al delincuente y recibe la visita de su fantasma, que le cuenta su patética historia. Y, como era de esperar, Lestat acaba enamorado de él y aunque había jurado y rejurado que no lo haría, se presenta ante la beatita, que vive casi como una monja millonaria. Luego el viaje con Memnoch y a su regreso el asqueroso momento cuando Lestat se arrodilla ante Dora y succiona su menstruación. Con eso Anne Rice rebasa el límite del mal gusto y la vulgaridad. ¡Rice, eres una cerda! Por cierto que la beatita recibe a Lestat con los brazos abiertos y lo llama amor. ¡Con qué facilidad se enamoran las personas en el universo de Rice! Lo entiendo de los vampiros, que emocionalmente funcionan de otra forma, pero no de los humanos.
Sigue el único gran momento de la novela, la tentativa de suicidio de Armand, cuya breve aparición responde a un fallido intento de Rice de exponer un poco más el carácter y los sentimientos del único personaje de la serie cuya historia no sigue una línea lógica. Armand vive muchas historias que no encajan entre sí.
Tal vez el peor libro de toda la serie, aunque como de costumbre Rice regala algunos momentos sublimes, que aquí serían unas cuantas imágenes del infierno y la de Armand elevándose al sol en una insensata intentona de matarse para demostrar la grandeza de Dios, acto que luego es repetido por varios vampiros en las afueras del templo que exhibe el velo de Verónica.

Pandora: La autobiografía de la vampiresa Pandora, escrita para David Talbot. Relata su amor por Marius Romanus, su transformación en manos de éste y los largos años de su convivencia, todo ello sobre el fondo de la decadencia de Roma y el nacimiento y ascenso del cristianismo, que origina a los Hijos de Satán.
La historia es plana y sencilla, no aporta nada nuevo a la serie e incluso deja fuera la parte más intrigante y fascinante de la biografía de Pandora, su conversión en una figura legendaria adorada como una diosa por otros vampiros. Tampoco explica su unión con Santino durante los sucesos culminantes de La reina de los condenados. Una novela débil y fácilmente olvidable.

Armand el vampiro: La autobiografía del impreciso vampiro Armand, relatada a David Talbot, es la novela más insufrible de la serie. Si Memnoch el Diablo es mala por ser una especie de alucinógeno ensayo metafísico y no una novela de vampiros, esta es insoportable por su innegable parecido con un fanfiction escrito por un adolescente pervertido. Quienes han leído ese tipo de material saben de qué hablo: Historias donde los personajes son secuestrados, torturados y violados, y todo ese horror se acepta como algo normal; historias donde todos los hombres hablan, se mueven y viven como habitantes de un universo marica -marica, no homosexual- y las mujeres son tan bellas como escasas. Así es esta novela que hará las delicias de cientos de adolescentes cultural y emocionalmente degradados.
Armand comienza relatando sus orígenes como pintor de iconos ruso y su rapto y posterior venta a un burdel masculino de Venecia. Esta parte de la novela encanta a muchos tarados emocionales, esa gentecilla convencida de que el máximo sueño erótico de todo ser humano es ser violado. 
Luego viene la parte más sonrojante de la serie, la historia de Marius y Armand. Lo que pudo ser un bello relato de amor homosexual se convierte en una historia llena de clichés fanfic. Hay discusiones amorosas, sexo incompleto -recuérdese que estos vampiros no practican la penetración-, peleas con frasecitas feminoides, amenazas, lloriqueos, sadomasoquismo, más frasecitas maricas y más sexo incompleto. Armand olvida rápidamente el horror de haber sido violado y se dedica a prestarle el culo a cualquiera al que pueda pagarle por ello. Bien por él si eso le place, aunque resulta inverosímil que una persona de profunda fe religiosa, y que además fue violada en repetidas ocasiones, actúe con tal desparpajo sexual. Este momento de la historia incluye el episodio marica supremo de la serie, el de Harlech, el conde inglés que se obsesiona con Armand y trata de matarlo por negarse a huir con él. El episodio está lleno de acusaciones mujeriles, joyas de la mariconería como esta:

 ''-Amadeo -dijo, avanzando hacia mí. Su voz resonó por la espaciosa habitación-. ¡Me arrancaste el corazón del pecho cuando aún estaba vivo y respiraba, y te lo llevaste! ¡Esta noche nos reuniremos en el infierno!''

Qué línea tan ridícula; no sé bien si reír o sonrojarme. ¿En qué pensaba Rice cuándo incluyó este tipo de frasecitas? 
Afortunadamente hay un giro en la historia y entonces viene lo bueno. Porque algo bueno debía tener todo este panfleto rosa. Y es el relato del ataque al palacio de Marius perpetrado por los Hijos de Satán a instancias de Santino, su perverso líder. Estas bestias cristianas aterrorizan a la bella Bianca, amada mortal de Marius y Armand, prenden fuego al palacio, queman vivo a Marius, y se llevan a Armand y a los muchachos humanos protegidos por el vampiro romano. La secuencia es espeluznante y le sigue una incluso más intensa, terrorífica y cruel cuando Rice describe con detalle la horrible tortura física y moral a que es sometido Armand para ser convertido en otro fanático Hijo de Satán. El episodio estremece.
Y llega la última parte, la más aburrida e inverosímil de la novela. La historia del rescate del achicharrado Armand luego del vuelo hacia el sol relatado en Memnoch el Diablo. El rescate lo realizan dos jóvenes humanos con una historia tan poco creíble como su vida diaria. Ya expuse que Rice no crea personajes humanos verosímiles. Estos no lo son en ningún sentido: Una joven pianista medio loca que interpreta siempre la misma melodía, y un chico árabe de 12 años que se supone cuida de ella por encargo del hermano mayor de la joven, otro medio loco, aunque en su caso por el fastidio de oír a la hermana tocar lo mismo una y otra vez. En lugar de quitarle el piano y encerrarla, el hermano prefiere molerla a golpes. Todo lo que va desde Armand cayendo del vuelo, hasta la decisión de tomar bajo su protección a sus  salvadores, está lleno de escenas y diálogos superfluos que alargan innecesariamente la historia. El 70% de los sucesos narrados en esta parte podría haberse pasado por alto; sobran demasiados detalles. Por supuesto, el par es vampirizado; Marius y Pandora se encargan de eso sin consultar a Armand, él sólo se limita a aceptarlo después de quejarse un poco. ¿Realmente creyó que podía cuidar de un par de humanos sin que su propia naturaleza interfiriera radicalmente en ellos? Y ahí queda la familia vampírica: Mamá Pandora, papá Marius, tío Armand y los hijos Sybelle y Benjamín.
En conclusión, no hay mucho de interés a excepción del terrorífico episodio de los Hijos de Satán. Rice no consigue definir el carácter de Armand. Tal vez no tiene uno. Quizá sólo se deja llevar por las circunstancias, incluso las más extremas, sin que dejen huella profunda en él. Esto explicaría su aceptación de ideas y sucesos muy diferentes a lo largo de su vida, la mayoría impuestos por otros. Lo único que decide por sí mismo, convertir al prescindible Daniel Molloy, sale mal.

Vittorio el vampiro
: Novela independiente; aunque transcurre en el mismo universo de Lestat y compañía, no trata de nadie cercano a su grupo y el personaje principal ni siquiera es mencionado en las siguientes entregas de la serie.
La que pudo ser una gran novela tributo al vampiro clásico se desinfla sobre sí misma a mitad de todo.
La primera parte es excelente y está llena de grandes momentos e ideas: Vampiros cobrando tributo de sangre a señores y aldeas, el pueblo que encuentra la solución perfecta al exceso de población, el horror del corral, los rituales vampíricos… Rice consigue aquí algunos de sus momentos más terroríficos… Luego lo arruina todo de un modo brusco y absurdo trasladando al protagonista fuera de toda la acción y haciendo aparecer frente a él a dos ángeles de la guarda que le ayudan a destruir a los vampiros malvados. Lamentable en todo sentido, pues el cambio de escenario y la introducción de los ángeles, además de incoherente, se siente forzado y hace decaer el interés que despierta la admirable primera parte.

Merrick: Otra novela de vampiros que no trata de vampiros. David Talbot se reúne con su antigua protegida y amada, la hermosa bruja afroamericana Merrick Mayfair, para solicitarle que invoque al espíritu de Claudia. La invocación se realiza sólo después de que David narra toda la biografía de Merrick, que incluye una madre desaparecida, un viaje arqueológico al estilo Indiana Jones y una máscara mágica. No hay vampiros excepto muy cerca del final, cuando Louis, David y Merrick se reúnen para la invocación. Enseguida los sucesos predecibles: Louis, liberado de su obsesión con Claudia, se enamora locamente de Merrick y la vampiriza; luego se expone al sol y queda hecho barbacoa pero no muere. Lestat lo cura con su sangre y así Louis se vuelve casi indestructible.
Prescindible y hasta desagradable para los reales fans de los vampiros. Es la única novela de la serie que no posee ningún gran momento.

Sangre y oro
: Marius relata su vida al vampiro Thorne, neófito de Maharet. Se amplían hechos conocidos y se aclaran otros que permanecían a oscuras, resultando una novela ágil, agradable y fácil de leer, aunque no aporta mucho a la serie.
Destacan particularmente los detalles agregados al relato del ataque de los Hijos de Satán al palacio veneciano de Marius, suceso ya narrado en Armand el vampiro. Marius cuenta su versión de los hechos, incluyendo su salvación gracias a Bianca, a quien vampiriza y transforma en su amada compañera. La historia de Armand y Bianca me sorprendió bastante. No recuerdo haber leído en la Red nada sobre Bianca; lectores y fans de la serie pasan de largo ante ella a la vez que suspiran por la pareja Marius-Armand. Y sin embargo Marius ama a Bianca más de lo que nunca ama a Pandora y a Armand, y su relación con ella es casi perfecta mientras dura. Con Bianca no existe la lucha de caracteres que con Pandora, ni la seducción de un espíritu debilitado que hay con Armand. Marius ama a Bianca a tal punto que cuando ella decide abandonarlo por su obsesión con Pandora, él llega a suplicarle de rodillas que no lo haga. Marius nunca alcanza esos extremos de humillación con Pandora, cuya sabiduría no logra apreciar, y mucho menos con Armand, al que ama de modo carnal. ¿Por qué entonces la pareja Marius-Bianca es tan poco apreciada? La respuesta es obvia, aunque a muchos no les guste: La homosexualidad sigue en el terreno de lo morboso, y los lectores de este tipo de novelas suelen ser morbosos incapaces de aceptar y comprender una relación amorosa donde la pareja no esté en constante lucha.
No me convencen las razones de Marius para no rescatar a Armand del fanatismo de los Hijos de Satán. Deduzco que se engaña al respecto y que alcanzó tal grado de compenetración espiritual con Bianca que no desea a nadie más en su vida excepto a Pandora.
Se amplía la historia del breve reencuentro de Marius y Pandora. A diferencia de la versión narrada en Pandora, Marius describe a su amada como una histérica aterrorizada que llega a caer en el ridículo. También revela la verdad sobre el vampiro indio que la acompaña.  
Al llegar la novela a los sucesos acaecidos en 1985 narrados en La reina de los condenados, el relato se vuelve más fragmentado y reaparece una vieja interrogante: ¿Por qué cuando Akasha sepulta a Marius bajo su propia casa Pandora acude a rescatarlo en compañía de Santino? El odio de Marius hacia el líder de los Hijos de Satán, destructores de su mundo, es conocido por todos sus cercanos, entonces no se comprende que Pandora se presente con él. Se sabe que en el pasado Santino se enamoró locamente de Pandora y que el rechazo de esta lo llevó a perder su fe y a abandonar a los Hijos de Satán, pero en 1985 se ignora cómo y cuándo se reencontraron y convirtieron en pareja. Este es un dato que la serie nunca explica. En La reina de los condenados, tras el rescate de Marius, Pandora y Santino duermen abrazados en una tumba, lo que da a entender que son una pareja y no compañeros circunstanciales. Sin embargo en las novelas siguientes Pandora está sola y Santino prácticamente desaparece de la serie. En Armand el vampiro se menciona brevemente como a mediados de los 90 Marius y Santino acudieron a recoger los restos de un vampiro que ardió al elevarse al sol imitando a Armand. ¿Por qué precisamente ellos dos? ¿Acaso los envió Maharet con la esperanza de reconciliarlos?  Nunca se sabe ni sabrá, pues Sangre y oro acaba con la muerte de Santino a manos de Thorne. Y como el personaje y su historia nunca fueron desarrollados plenamente, no resucita en la siguiente novela. 
Hay que destacar el fondo histórico. La parte principal del relato se desarrolla a lo largo de periodos históricos de gran importancia para occidente: La división y caída de Roma, el ascenso y consolidación del cristianismo, los años oscuros del Medioevo, y por último el resurgimiento artístico de la Antigüedad por medio del Renacimiento. La Historia está magníficamente sintetizada, explicada y narrada. Qué excelente manera de enseñar historia a gente que jamás ha tratado de saber por qué occidente es como es y no de otra forma. Un gran aplauso para Anne Rice por esos magníficos fondos.
Novela agradable, aunque la repetición de ciertos episodios narrados en otras partes de la serie puede volverla algo cansina. Ni buena ni mala, sólo correcta. Es de lamentar que Rice introduzca nuevos personajes sólo para usarlos como apoyo de su cuarteto de favoritos, Lestat, Marius, Armand y Louis. Thorne pudo ser un personaje interesante pero Rice se niega a darle relevancia, tal como antes hizo con Jesse y Khayman, quienes se esfumaron después de su gran aparición en La reina de los condenados.

El santuario
: Otra de Las crónicas vampíricas escasas de vampirismo. El joven vampiro Tarquin Blackwood acude a Lestat en busca de ayuda contra Goblin, un espíritu que lo acompaña desde siempre pero que se ha vuelto contra él desde su reciente transformación en vampiro. Tarquin relata a Lestat la historia de su vida, fuertemente ligada a Blackwood Manor, una hermosa casona centenaria habitada por humanos, fantasmas y espíritus, y a una familia tan irreal como adinerada y disfuncional. La historia incluye viviendas misteriosas, peleas familiares, viajes por Europa, y una novia con un historial sexual que ya se lo hubiera querido Mesalina.
La primera mitad, con la historia de Rebeca, las peleas entre Papsy y el resto de la familia, el secreto de la casa del pantano, y el misterio de Goblin, es bastante envolvente. De haber acabado todo al finalizar el capítulo 20, El santuario sería una gran novela de fantasmas. Lamentablemente continúa y además es una de Las crónicas vampíricas, así que aun teniendo una historia interesante, dentro de la serie se siente como un libro de relleno. Para colmo cambia de rumbo al entrar en escena Mona Mayfair y su tribu, volviéndose derechamente insoportable.
La familia Blackwood me sorprendió bastante ¿Son los Blackwood tan irreales como las otras figuras humanas diseñadas por Rice o en Estados Unidos existe gente como ellos? Porque la familia Blackwood tiene mucho de lo que los estadounidenses califican como negativo y vulgar en las familias hispanoamericanas. De partida son católicos practicantes; asisten a misa y creen en la confesión. Luego, viven apegados los unos a los otros, unidos por los lazos de la sangre más que por los afectivos. Véase el caso de Patsy, una verdadera escoria de humanidad que amenaza a su padre con un cuchillo, vende las joyas de su madre, se droga, putea y aborta muchas veces, y aun así se le permite vivir en Blackwood Manor a expensas de la familia e incluso se le da dinero. Tarquin, que acaba siendo el señor de la casa, es hijo bastardo de Patsy, que lo parió a los 16 años; él tiene su propio bastardo a los 18 como resultado de un único encuentro sexual con Jasmine, el ama de llaves de la familia, una mujer con edad suficiente para ser su madre y que de hecho lo cargó en brazos siendo bebé; después aparece un bastardo del abuelo concebido por una putilla perteneciente a la llamada ''basura blanca''. Y todos ellos -incluida la putilla y sus otros seis hijos sin padre-  son recibidos en Blackwood Manor con los brazos y bolsillos abiertos. ¿Realmente los americanos hacen eso, meter a cualquiera en sus casas sólo porque comparten algunos genes? Sé que lo hacen las clases bajas de todo el mundo, pero no imaginé que fuera practicado también por las grandes familias estadounidenses. Si esto es real, entonces El santuario sería también una novela costumbrista americana. Curioso.
Vampiros hay pero no participan hasta muy cerca del final. Sabemos que el misterioso habitante de la casa junto al pantano es un vampiro, pero antes de presentarlo debidamente Rice nos obliga a digerir toda la historia de Blackwood Manor y sus habitantes humanos y fantasmales, y parte de la de Mona. Luego aparecen los vampiros y son desilusionantes. Y por último, ya como cierre, se narra la autoinmolación de Merrick Mayfair tras acudir a liberar a Tarquin de Goblin por medio de un exorcismo. Rice nos hace leer toda la somnífera novela Merrick para luego hacer morir a la hechicera sin motivo aparente.
Hay muchos grandes momentos a lo largo de toda la novela, pero como ninguno tiene relación con vampiros, paso de ellos. En conclusión, una novela totalmente prescindible. Excepto por la muerte de Merrick, no aporta ni afecta en nada a la historia general de la serie.

Cántico de sangre
: Continuación de El santuario. Los vampiros Tarquin Blackwood, Mona Mayfair y Lestat van en busca de los  Taltos, una raza paralela a la humanidad cuyos últimos descendientes están vinculados por sangre a los Mayfair, poderosa y extensa familia de hechiceros. Blackwood Manor funciona como escenario muy secundario y sus habitantes pierden protagonismo frente a los Mayfair. Hay bastante vampirismo pero los Taltos son el tema central, pues otra vez Rice crea y desarrolla una historia que en otra serie fascinaría y en Las crónicas vampíricas desagrada. En unas crónicas vampíricas no queremos leer sobre cambios de cuerpos, fantasmas o razas ocultas, queremos leer sobre vampiros. VAMPIROS.
Lo peor es la breve resolución de la historia de Patsy. Es bastante ridícula la escena de esa escoria que se eleva al cielo cantando una canción country al son de la guitarra. Si la puta drogadicta de Patsy pudo entrar al cielo después de romper todas las leyes del Decálogo, cualquiera puede. 
Lo mejor es el relato de Rowan Mayfair sobre sus hijos Taltos. ¡Qué gran imaginación tiene Rice! Es sencillamente admirable, aun cuando equivoque la temática de sus novelas.
Merrick, El santuario y Cántico de sangre conforman una trilogía que une el universo de Las crónicas vampíricas con el de la poderosa familia Mayfair, protagonista de otra serie de novelas de Anne Rice de la que no tengo información. Ninguno de los personajes y acontecimientos de estas tres novelas se menciona en la siguiente de la serie, así que podemos considerarlas como obras independientes.

El príncipe Lestat
: Once años después de la publicación de Cántico de sangre, y a casi cuarenta del inicio de la serie, Anne Rice lanza la novela que para mí finalizaría Las crónicas vampíricas
Para tan especial acontecimiento Rice reúne a todos los vampiros que han sobrevivido a lo largo de la serie. Creadores y neófitos separados durante siglos o décadas vuelven a encontrarse; vampiros anónimos aparecidos en un par de páginas se alzan para contar su historia. Todos ellos acaban formando una asamblea para tratar la aparición de una Voz que fuerza a los vampiros de todo el mundo a quemar a sus semejantes más jóvenes. Al mismo tiempo Lestat descubre que un científico vampiro -¡Por fin un vampiro útil!- ha creado una especie de clon suyo, su ''hijo'' Viktor. Parece interesante pero no hay nada original, el esqueleto de la obra es el mismo de La reina de los condenados: Quema de vampiros alrededor del mundo -donde la Voz retoma el papel desempeñado por Akasha-, una asamblea de vampiros -más grande que la de 1985, pero igual de inútil-, aparición de viejos vampiros escondidos por siglos -Alessandra y otros muchos repiten el rol de Khayman-, parientes humanos que son convertidos -Viktor y la sosa Rose en el papel de Jesse- y un desenlace incluso más lento que el de La reina de las condenados.
Evidentemente Rice deseaba cerrar la serie y además dejando en orden todas las historias y situaciones esbozadas. Lo logra a medias, pero repitiéndose incluso en los clichés e insistiendo en destruir lo mejor de su universo en aras de la salvación de su pequeño cuarteto de insoportables favoritos. Quedan ciertas dudas:
¿Por qué se elimina a los fascinantes Maharet, Mekare y Khayman? ¿Cuántas historias suyas nunca serán contadas? ¿Qué hicieron Khayman y Jesse durante los años posteriores a 1985 además de acompañar a las gemelas?
¿Por qué Lestat acepta a Viktor con tanta facilidad? Es realmente insólito: Alguien crea un clon suyo sin su consentimiento y él lo acepta como su hijo sin el menor reparo.
¿Por qué Rosh no recibe ningún castigo por los asesinatos de los maravillosos Khayman y Maharet? Santino muere de forma horrible por menos que eso.
¿Por qué Bianca, Armand y Marius, reunidos después de siglos, no mantienen ningún diálogo?
¿De dónde salió esa multitud de vampiros que exige la guía de Lestat y compañía? ¿Qué les lleva a creer que Lestat tiene alguna responsabilidad ineludible para con ellos?

Un intento de desenlace extraño pero necesario. Hace bastante tiempo que la serie está agotada, pues, como en Alien, ya no hay nada interesante que pueda agregarse a la historia. Rice finaliza todo con un final de cuento de hadas donde la totalidad de los personajes asiste a la conversión de la parejita formada por el clon Viktor y la insoportable Rose, con el beneplácito del príncipe -¿por qué príncipe y no rey?- Lestat. Luego cada uno volverá a su casa para continuar siglo tras siglos haciendo lo mismo, dada la tendencia natural de los vampiros de Rice a echarse en un bonito rincón a ver pasar el tiempo.

De lo que pueda cambiar en las dos últimas novelas, nada sé y nada quiero saber.
 
Conclusión: Las crónicas vampíricas es una serie que todo amante del vampirismo moderno debe leer al menos una vez en la vida. Cada quien la valorará según su gusto o lo que espere de ella. Personalmente la detesto un poco más de lo que la admiro; no volvería a leerla completa excepto si me pagaran por ello, sin embargo insisto en lo mismo: Hay que leerla y decidir por sí mismo respecto a su valor literario o estético.

Los aficionados a los vampiros clásicos (Drácula, Carmilla, Lord Ruthven...) nos reuniremos en otra entrada.