jueves, 19 de enero de 2023

El vengador (Anton Chejov - Cuento completo)

 

Inmediatamente después de haber sorprendido a su mujer en el lugar de su delito, se encontraba Fiódor Fiódorovich Sígaiev en el almacén de armas de Schmuks y Compañía eligiendo el revólver que mejor pudiera servirle. Su rostro expresaba ira, dolor y una decisión irrevocable.
''¡Sé lo que tengo que hacer! —pensaba—. Cuando son profanados los fundamentos de la familia y el honor es pisoteado en el barro y triunfa el vicio…, yo, como ciudadano y como hombre honrado, debo ser el vengador. La mataré primero a ella, luego a su amante y después me mataré yo''.
No había escogido todavía el revólver ni matado a nadie, cuando ya empezaba su imaginación a dibujarle tres cadáveres ensangrentados, con los cráneos triturados y los sesos fluyendo… Barullo, tropeles de curiosos y autopsias.
Con la insana alegría del hombre ofendido, imaginaba el horror de los parientes y del público, la agonía de la traidora, y hasta le parecía leer ya con el pensamiento los artículos de primera plana comentando la descomposición de los fundamentos de la familia.
El dependiente del almacén, un tipo inquieto, afrancesado, de pequeño vientre y chaleco blanco, presentaba ante él los revólveres, y haciendo chocar los talones, decía sonriendo respetuosamente:
—Yo aconsejaría a monsieur que llevara este magnífico modelo del sistema Smith & Wesson. Es la última palabra en la ciencia de las armas. Tiene tres propulsiones y extractor y puede disparársele desde seiscientos pasos. Llamo también la atención de monsieur sobre la limpieza de su acabado. Su sistema es el que está más de moda. Vendemos diariamente decenas de ellos, que se utilizan contra los bandidos, los lobos y los amantes. Su tiro es preciso y fuerte; alcanza grandes distancias y mata, atravesándolos, a la mujer y al amante. En cuanto a los suicidas, monsieur, no conozco para ellos mejor sistema.
Y el dependiente, apretando y soltando el gatillo, echándole el aliento al cañón y apuntando, parecía próximo a ahogarse de puro entusiasmo. A juzgar por la expresión admirada de su rostro se sentiría uno dispuesto a pensar que él mismo, de buen grado, se hubiera pegado un tiro en la frente si hubiera poseído un revólver de tan maravilloso sistema como el Smith & Wesson.
—¿Y qué precio tiene? —preguntó Sígaiev.
—Cuarenta y cinco rublos, monsieur.
—¡Hum! ¡Es demasiado caro para mí!


—En tal caso, monsieur, puedo ofrecerle otro sistema más barato. Aquí está. Tenga la bondad de examinarlo. Tenemos un surtido enorme en distintos precios… Este revólver, por ejemplo, del sistema Lefauché, que vale solamente dieciocho rublos; pero… —el dependiente hizo una mueca de desprecio— es un sistema, monsieur, ¡demasiado anticuado! Solo lo compran ahora los pobres de espíritu y los psicópatas. Matarse o matar a la mujer con un Lefauché se considera ahora signo de mal tono. El buen tono admite únicamente el Smith & Wesson.
—No tengo necesidad de matarme ni de matar a nadie —mintió con acento sombrío Sígaiev—. Lo compro sencillamente para tenerlo en el campo… Para asustar a los ladrones.
—A nosotros no nos interesa para qué lo compra —sonrió el dependiente bajando modestamente los ojos—. Si en cada caso fuéramos a buscar los motivos, tendríamos que haber cerrado la tienda. Para asustar a los cuervos, monsieur, el Lefauché no sirve, porque hace un ruido sordo y a la vez fuerte. Yo le propondría que llevara una pistola Mortimer corriente, de las llamadas para duelos.
''¿Y si le provocara en duelo? —pasó por la cabeza de Sígaiev—. Pero no… Sería demasiado honor… A estas bestias hay que matarlas como a perros…''
El dependiente, dando graciosas vueltas y pequeños pasitos y sin dejar de sonreír y de charlar, expuso ante él todo un montón de revólveres. El Smith & Wesson era el de aspecto más codiciable y sólido. Sígaiev tomó uno de éstos entre sus manos, fijó la mirada en él y se quedó ensimismado. Su imaginación le presentaba a sí mismo destrozando un cráneo, fluyendo sangre cual un río sobre el tapiz y el parqué, y a la traidora, moribunda, agitando un pie convulsivamente… Pero para su alma indignada esto era poco.
Los cuadros de sangre, los sollozos, el espanto, no le satisfacían; había que pensar en algo más terrible.
''Esto es lo que haré —pensó—. Le mataré y me mataré: pero a ella… a ella la dejaré vivir. ¡Que muera de remordimiento y con el desprecio de cuantos la rodean! Esto, para una naturaleza nerviosa como la suya, será un martirio mayor aún que la muerte''.


Y comenzó a imaginar su propio entierro: El ofendido tendido en el ataúd, con una sonrisa bondadosa en los labios… Ella, pálida, torturada por el remordimiento, caminando tras el féretro, como una Níobe y no sabiendo cómo ocultarse a las miradas despreciativas y aniquiladoras que sobre ella arroja una muchedumbre indignada…
—Veo, monsieur, que le gusta el Smith & Wesson —dijo el dependiente, interrumpiéndole en su ensueño—. Si lo encuentra caro, le rebajaría cinco rublos, aunque tenemos otros sistemas más baratos.
La figurilla afrancesada giró graciosamente y cogió de la estantería una nueva decena de estuches con revólveres.
—He aquí otro, monsieur. Su precio es treinta rublos. No es caro si se tiene en cuenta que el cambio ha bajado terriblemente y que los derechos de aduanas suben cada día más… Le juro, monsieur, que soy conservador; sin embargo, ya empiezo a protestar. ¡Calcule que el cambio y la tarifa de aduanas son la causa de que ahora solo los ricos puedan adquirir armas! Para los pobres no quedan más que las armas de Tula y los fósforos. ¡Y las armas de Tula son una desdicha! Pretende uno disparar un arma de Tula sobre su mujer y solo consigue hacer blanco en la propia paletilla.
Sígaiev experimentó de pronto un sentimiento ofensivo y triste ante la idea de morir él y no ver los sufrimientos de la traidora. Solo es dulce la venganza cuando existe la posibilidad de ver y tocar sus frutos. Pues ¿y qué sentido tendría el que él estuviera tendido en el ataúd sin darse cuenta de nada?
''¿Y si hiciera esto?… ¿Matarle a él, ir a su entierro, verlo todo y matarme yo después?… Sí; pero… antes del entierro me meterían preso y me quitarían el arma… Bien… Lo que haré será matarle y dejar que ella siga viviendo. Y…, hasta que pase cierto tiempo, no me mataré; iré a la cárcel. Para matarme siempre estoy a tiempo, El estar arrestado es todavía mejor, porque así, al prestar declaración, tendré la posibilidad de demostrar ante el poder y ante la sociedad toda la bajeza de su comportamiento. Si me matara, ella, con su carácter embustero, engañoso y desvergonzado, me echaría la culpa de todo, y la sociedad la absolvería de su hecho…; pero por otra parte, quizá se ría de mí si sigo con vida… Entonces…''


Un minuto después pensaba:
''Sí… Tal vez me acusen de mezquindad de sentimientos si me mato… Y, además…, ¿para qué matarme? Esto, en primer lugar. En segundo…, matarme significa cobardía. Luego, entonces, lo que haré será matarle a él, dejarla vivir a ella e ir yo a la cárcel. Me juzgarán y ella figurará como testigo… ¡Habrá que ver su azaramiento, su vergüenza cuando tenga que prestar declaración ante mi abogado! ¡Por supuesto, las simpatías del tribunal, del público y de la Prensa estarán de mi lado!…''
Mientras así cavilaba, el dependiente continuaba exponiendo su mercancía y consideraba deber suyo entretener al comprador.
—Vea aquí otros, ingleses de nuevo sistema, que hemos recibido hace poco. Pero le prevengo, monsieur, que todos los sistemas palidecen ante el Smith & Wesson. Seguramente habrá usted leído uno de estos días que un militar que había comprado en nuestra casa un revólver del sistema Smith & Wesson, disparó sobre el amante. ¿Y qué se figura usted que pasó? La bala atravesó primero al amante, alcanzó después la lámpara de bronce, luego el piano de cola y desde el piano de cola, de una carambola, mató a un pequinés y rozó a la mujer. El efecto fue brillante y hacía honor a nuestra firma. El militar está ahora arrestado. ¡Seguramente le condenarán a trabajos forzados! En primer lugar, porque tenemos leyes muy anticuadas, y, en segundo, porque ya se sabe que el tribunal toma siempre partido por el amante. ¿Por qué? Muy sencillo, monsieur: Porque también el jurado, los jueces, el procurador y el defensor se entienden con esposas ajenas, y es más tranquilo para ellos que en Rusia haya un marido menos. A la sociedad le encantaría que el Gobierno desterrara a todos los maridos a la isla Sajalín. ¡Ay, Monsieur! ¡No puede imaginarse usted la indignación que despierta en mí este derrumbamiento de las costumbres morales contemporáneas!… ¡En estos tiempos amar a las esposas ajenas agrada tanto como fumar cigarrillos ajenos y leer libros ajenos! Año por año nuestro comercio decae, pero ello no significa que haya menos amantes, significa que los maridos llegan a reconciliarse con su situación y tienen miedo a los trabajos forzados —y el dependiente, mirando a su alrededor, murmuró—: ¿Y quién es el responsable, monsieur? ¡El Gobierno!


''¡Por culpa de un cerdo ir a parar a Sajalín… no, tampoco es sensato! —reflexionó Sígaiev— Si me mandan a trabajos forzados, solo conseguiré dar a mi mujer la posibilidad de casarse otra vez y de engañar a su segundo marido. ¡La que saldrá triunfante será ella!… No. Lo que haré entonces es esto: dejarla vivir, no matarme ni matarle a él. Hay que idear algo más cuerdo y sentimental. Los castigaré con mi desprecio y entablaré un escandaloso proceso de divorcio…''
—Aquí tiene, monsieur, un nuevo sistema —dijo el dependiente cogiendo de la estantería una docena más de revólveres—. Llamo su atención sobre el original mecanismo del cierre…
Pero una vez tomada aquella decisión, Sígaiev ya no necesitaba revólver; en cambio, el dependiente, cada vez más inspirado, no cesaba de exponer ante él sus artículos de venta. El agraviado marido comenzó a avergonzarse de que por su culpa el dependiente estuviera trabajando en vano, entusiasmándose y perdiendo el tiempo.
—Bien… —masculló—. Lo mejor será que vuelva más tarde o que envíe a alguien…
Aunque no veía la expresión del rostro del dependiente, comprendió, sin embargo, que para suavizar un poco la violencia de la situación no había más remedio que comprar algo. Pero ¿qué? Sus ojos recorrieron las paredes de la tienda en busca de alguna cosa más barata, y se detuvieron en una red de color verde colgada junto a la puerta.
—¿Y eso? ¿Qué es eso? —preguntó.
—Es una red para cazar codornices.
—¿Y qué precio tiene?
—Ocho rublos, monsieur.
—Pues envuélvamela.
El marido ofendido pagó los ocho rublos, cogió la red y cada vez más ofendido salió de la tienda.



jueves, 5 de enero de 2023

La casa Slaughter (Richard Matheson)


El escritor estadounidense Richard Matheson es una de las figuras más importantes de la literatura fantástica del siglo XX; su trabajo ha sido citado por grandes autores del género como Stephen King o Ray Bradbury.
La obra de Matheson comprende novelas y cuentos de terror y ciencia ficción caracterizados por una escritura directa y sencilla accesible a cualquier lector promedio. Muchos de sus relatos se han adaptados al cine y la televisión con resultados dispares. Entre ellos sobresalen Circuito completo (1953), Soy leyenda (1954), El increíble hombre menguante (1956), Pesadilla a 20.000 pies (1961) y Duelo (1971), entre otros. 
De los varios relatos de Matheson que he tenido la suerte de leer, existen algunos que conservo nítidos en la memoria desde hace largos años. Recientemente releí varios de esos cuentos, descubriendo en ellos detalles y sugerencias nuevas e intrigantes. La casa Slaughter (1953) está entre los que más me perturbaron al leerlo entre líneas.

Resumen
La trama es básicamente simple: Dos hermanos muy unidos, uno escritor y el otro pintor, compran la casa Slaughter, una vieja casona con fama de embrujada abandonada durante años. La casa parece ser el refugio perfecto para ambos jóvenes, cuya afición por lo victoriano les inclina al retiro y el silencio, tan escasos en el mundo moderno. 
Durante algunas semanas los hermanos limpian, reparan y acondicionan la vieja casona, optando por no instalarle servicio electrico. Luego, ya normalizadas sus vidas, comienzan a percibir indicios de anomalías en la casona: Sensación de una presencia indefinida, vibraciones nocturnas, zumbidos, una luz azul. Después el carácter del hermano menor cambia ostensiblemente. Se vuelve distante, descortés, sucio y perezoso. El otro hermano desespera por recuperar su cariño y compañía, pero todos sus intentos de acercamiento son rechazados con crueldad, llevándolo a la desesperación.
Finalmente el hermano mayor descubre que el otro está siendo seducido por el espíritu de Clarissa Slaughter, una bella muchacha muerta cuyo retrato adorna el salón. Clarissa consigue dominar completamente la voluntad del joven y lo hace matarse ingiriendo arsénico. El otro hermano, devastado por la pérdida, quema el retrato, la casa y el cadáver. Luego desaparece sin dejar rastro. Años después envía un escrito con el relato de lo sucedido a un grupo de investigadores de lo paranormal. 

¿Qué pasó realmente en La casa Slaughter?
Lo primero que llama la atención en esta historia es la estrecha relación que une a ambos hermanos. Lo comparten todo y esto va más allá del hecho de ser huérfanos y carecer de otros parientes, pues incluso antes de la muerte de sus padres ya mantenían un fuerte vínculo basado más en la afinidad que en la condición de hermanos. Su apego mutuo es tan intenso que durante la etapa escolar sus compañeros solían llamarlos burlonamente "Los gemelos siameses". En la niñez compartieron habitación y en la edad adulta comparten casa. Ambos poseen las mismas aficiones, caracteres e ideas: Los dos son artistas solitarios, románticos e hipersensibles; ninguno tiene amigos ni novia.
El vínculo empieza a resquebrajarse cuando el hermano menor, Saúl, es atraído por el perverso espíritu de Clarissa, quien gradualmente va torciendo su ser moral e intelectual. Los ataques verbales y físicos de Saúl a su hermano sólo confirman su horrible transformación. 
Sin embargo, ¿es tan sencillo? ¿Y qué tal si un hermano mató al otro e inventó la historia de fantasmas para encubrir su crimen? Las últimas líneas del relato insinúan esa posibilidad. De ser así, sólo faltaría conocer la razón del asesinato. Y ahí está lo retorcido de la historia: La muerte sólo puede atribuirse a los celos producidos por un amor exagerado, posesivo, antinatural, del hermano mayor hacia el menor.
El relato está escrito en primera persona por el hermano mayor. Las descripciones de la relación con su hermano enfatizan en lo excesivo de tal apego:
"Saúl y yo siempre nos habíamos sentido excepcionalmente próximos el uno al otro. Nuestras vidas siempre habían sido inseparables, nuestros planes siempre habían sido mutuos, nuestros afectos se habían dirigido invariablemente del uno al otro en primer lugar. Así había sido desde nuestra mocedad (…). Aunque era dos años mayor que Saúl, en la escuela siempre habíamos estado juntos, eligiendo a nuestros amigos teniendo en cuenta los gustos y aversiones del otro, viviendo, en resumidas cuentas, el uno para el otro."
La unión sobrevive hasta la adultez de los hermanos y entonces viene el quiebre. Un quiebre inevitable que sin embargo ninguno de ellos parece haber considerado jamás. ¿Qué produce el rompimiento de un vínculo en apariencia tan sólido? Postulo que Saúl se enamoró de una mujer que cambió sus aficiones e ideas. Saúl creció y salió al mundo, mientras el hermano mayor permanecía anclado en el pasado, en una infancia representada en la posesión de la vieja casona:
"(…) nos habíamos encaprichado de la vieja casa Slaughter, que no tenía inquilinos. Desde que éramos niños, el cartel de bordes amarillentos —SE VENDE— había colgado inclinado en la sucia ventana de la fachada. Con juvenil ambición habíamos jurado que, cuando fuéramos mayores, haríamos que el cartel fuera retirado. 
Cuando nos hicimos adultos, la ambición persistió por alguna razón."
Las exposiciones realizadas por el hermano mayor respecto a sus sentimientos ante el cambio del menor están pobladas de ambigüedad sobre la naturaleza de su propio amor. Es fácil imaginar que quien habla es un amante traicionado:
"No sé si me sentía más furioso o dolido. Tal vez fuera mayor la sensación de haber sido ofendido, ya que Saúl era por lo general muy susceptible a mis respuestas, pero aquel día no parecía receptivo en el más mínimo grado. Y era aquel descarado desinterés, tan distinto de su predisposición habitual, lo que me había disgustado tan hondamente."
Hay un toque de feminidad en el relator que se refuerza cuando señala algún rasgo físico de Saúl. Habla de "sus bellos rasgos", "su esbelta garganta", "sus bellos ojos oscuros". Afirma que sin él su vida es una farsa. 
No resultaría difícil, entonces, imaginar que las continuas salidas nocturnas de Saúl para reunirse con una mujer acabaran por llevar a su dilecto hermano mayor a la locura. Es él quien primero sospecha del retrato de la hermosa Clarissa. No comprende la enorme fascinación que ésta ejerce sobre Saúl, algo dudoso viniendo de un artista hipersensible. ¿Acaso está camuflando sus celos convirtiendo a la amiga de su hermano en el fantasma de una asesina? Recuérdese que el hermano mayor es escritor de estilo victoriano. Ocultar, disfrazar, sugerir es natural en él. Así, su propia breve fascinación por Clarissa y su encuentro con ella podrían verse como un intento suyo de seducir a la joven para alejarla de su hermano o, más factible, de seguir compartiéndolo todo con él.
No funciona. La atracción del mayor sólo dura hasta que comprende que una relación con Clarissa significaría el rompimiento definitivo con Saúl, la muerte de su larga unión. Elige a Saúl, pero éste sólo quiere a Clarissa. Y entonces su hermano, loco de celos, lo mata, como sugiere el autor.
Un amor que lleva al asesinato del ser amado es de por sí bastante horrible, pero al tratarse de hermanos se hace peor. No veo insinuaciones de una relación incestuosa entre ellos. Lo antinatural y horrible es lo excesivo de aquel amor, que excluye todo lo demás y acaba en muerte. El beso del hermano mayor a su hermano muerto es sólo una despedida, no hay nada sexual en ese contacto.
Toda esta teoría es interesante, pero tiene un gran punto en contra: No hay una verdadera Clarissa, no hay una mujer que estuviera en contacto con Saúl. La investigación posterior nunca la menciona.
Entonces, si la historia de La casa Slaughter ocurrió tal como la cuenta el hermano mayor, se trata de un sólido relato de terror donde un par de jóvenes hermanos que se adoran son separados por un maligno fantasma. Si se trata de una mentira para encubrir un asesinato, sigue siendo un gran relato de terror, sólo que más oscuro. De cualquier forma, La casa Slaughter es una magnífica historia que da un giro al clásico relato de casas encantadas.