jueves, 15 de septiembre de 2022

8 novelas chilenas para septiembre


En Chile, septiembre es el mes de la patria. Las 
fiestas nacionales llenan los corazones chilenos de amor y respeto hacia el país y cuanto le identifique. Es el mes perfecto para leer una novela nacional. 
Reconozco haber leído pocas novelas chilenas. Sí, soy chilena y lectora, pero si tuviera una lista de novelas leídas, las chilenas no serían muchas. He leído varias de menos de 100 páginas, algo de teatro, muchos cuentos, y unos tantos poemas chilenos, pero pocas novelas largas, así que recomendar alguna no es fácil para mí. Buscando arduamente en mi biblioteca y en Internet encontré algunas que deseo compartir.
Primeramente pensaba diseñar una lista de diez novelas largas recomendables, pero habiendo leído pocas, decidí incluir aquellas que al menos tengan más de 80 páginas. 
Así que aquí están mis recomendaciones de lecturas para septiembre, ordenadas de manera cronológica. ¡Felices Fiestas Patrias, Chile!


1) El loco Estero (Alberto Blest Gana, 1906)
Amor y dinero se cruzan en esta obra a la vez moralizante, pícara, costumbrista e histórica del padre de la novela chilena. Usando como centro al ex capitán del ejército pipiolo (liberal) don Julián Estero, encarcelado en su propia casa debido a las acusaciones infundadas de su hermana, el autor presenta personajes y situaciones llenos de dinamismo y emoción.  
La ambientación está muy lograda, así como la representación de costumbres típicas del país en la primera mitad del siglo XIX: Paseos por la calle principal, dormir la siesta, elevar volantines... Un clásico a descubrir. 



2) Alsino (Pedro Prado, 1920)
Rompiendo con el naturalismo y el criollismo predominantes en la novelística hispanoamericana de su tiempo, Prado nos regala una obra de profundo lirismo y belleza; una admirable visión, casi un sueño, de búsqueda espiritual y estética. 
Alsino, el niño campesino que ansía volar y acaba obteniendo alas y perdiéndolas, es un reflejo maravilloso del anhelo de hermosura, magia y poesía que toda persona debiera tener incluso si no dura. El choque inevitable con la cruel realidad es devastador, pero sólo engrandece la belleza del sueño de Alsino. Imprescindible para los soñadores; hiperrealistas mejor abstenerse.  



3) Humo hacia el sur (Marta Brunet, 1946)
Una de las grandes obras de la novelística social chilena. A través de varios personajes de distinto estrato social, la autora va presentando la rutinaria y estrecha vida de un ficticio pueblo sureño propiedad de una adinerada familia. 
El extenso y rico vocabulario de Brunet describe en forma maravillosa el paisaje y clima del sur de Chile, con sus neblinas y lluvias interminables, así como la personalidad y psicología de los habitantes del pueblo. La avara y amargada doña Batilde es una verdadera pesadilla que no se olvida. Mi favorita de la gran autora. 



4) Gran señor y rajadiablos (Eduardo Barrios, 1948)
Con el hermoso y elegante tono que le es tan característico, Barrios narra la vida de un rico hacendado que impone su palabra y ley. Las ruindades y noblezas de este hombre de látigo y caballo, dueño de tierras y gentes, amo y señor absoluto de su entorno, son también las del hombre que doblegó la tierra chilena hasta convertirla en el "Chile fértil" que es hoy. 
Tirano y padre, líder y amante, el señor feudal José Pedro Valverde refleja una realidad histórica y geográfica común a toda hispanoamerica. Lectura obligada. 



5) Hijo de ladrón (Manuel Rojas, 1951)
Obra cumbre de su autor y una de las mejores novelas chilenas del siglo XX. Su entonces novedoso uso del racconto y el monólogo interno sorprendió y confundió al público. Ladrones, obreros y pescadores cruzan las páginas de este libro a ratos desquiciante, donde un joven de 16 años, uno de tantos marginados por la pobreza, narra su lucha por sobrevivir tras la temprana pérdida de su familia. Rojas utiliza una prosa de estructura majestuosa que hace fascinante la desventura de Aniceto Hevia así como su propia personalidad. 
Hijo de ladrón fue traducida a varios idiomas, incluyendo japonés, sueco, letón y ruso, así que no hay excusa para no leerla. 



6) La vida simplemente (Óscar Castro, 1951)
Emotivo y a la vez sórdido relato realista sobre un niño de diez años que descubre abruptamente las dificultades, dolores y crudezas de la vida en un miserable pueblo minero. El lenguaje directo y melancólico irradia una curiosa mezcla de poesía y rudeza que transforma lo decadente en grandioso, conmoviendo en más de una forma. 
Obra amarga y oscura con tintes de dulzura y luz, destaco personalmente las historias de las mujeres del pueblo, prostitutas, madres y obreras. Muy recomendable. 



7) Dónde estás, Constanza (José Luis Rosasco, 1980)
La historia de un primer amor, con todo su hermoso ridículo romanticismo y trivialidad; el comienzo de la madurez y el brusco despertar a una realidad frustrante e inalterable. Rosasco nos lleva al Santiago de los años 50, donde el contraste entre dos familias, los Corsaglia y los Klicker, sirve para exponer maravillosamente las diferencias entre "cuicos" y "rotos"; entre sueño y realidad; entre preadolescencia y madurez. 
Sencilla, evocadora y a ratos cómica, cuenta con personajes entrañables y simpáticos, aunque algo desperfilados. Constanza es un enigma que nunca se revela del todo. Novela imprescindible para la juventud chilena.



8) El arte de la resurrección (Hernán Rivera Letelier, 2010)
Divertidísima biografía novelada del llamado Cristo de Elqui, aquí un vagabundo que imagina ser Jesucristo. Predicando por Chile oye de Magalena, prostituta de una oficina salitrera y devota de la Virgen del Carmen a quien decide convertir en su discípula. 
Cruce de crónica histórica y social con realismo mágico, la novela posee momentos dramáticos y descabellados que hacen de ella una comedia negra muy original e imposible de ignorar. 



Bonus:

Zurzulita (Mariano Latorre, 1920)
Esta novela de ambiente campesino me fue recomendada cuando comenzaba a hacer el listado. Hasta ahora sólo he podido leer el prólogo, aunque ya me tiene interesada. 


jueves, 1 de septiembre de 2022

El niño que enloqueció de amor (Eduardo Barrios)

 
Esta pequeña gran novela es una de las obras más reconocidas de la literatura chilena del siglo XX. Fue publicada en 1915 y agotó la primera edición en menos de dos semanas, alcanzando rápida popularidad y consagrando a su autor. Desde entonces no ha dejado de reeditarse y leerse; es lectura obligatoria en muchas escuelas chilenas.
En su momento El niño que enloqueció de amor suscitó un cierto escándalo por la osadía de su argumento, aunque recibió el aprecio y elogio de los poetas. Gabriela Mistral fue una de sus grandes admiradoras; tras su lectura inició una amistad epistolar con el autor, al que acabó llamando "hermano Eduardo".

Resumen
La obra está escrita como el diario de vida de un niño anónimo. Comienza relatando su admiración y cariño hacia Carlos Romeral, amigo de su madre viuda, quien le cuenta de su diario. El niño decide entonces llevar un diario de vida para hablar de Angélica, una amiga de su madre por la que siente un amor apasionado y obsesivo. Angélica, por supuesto, nunca es consciente del alcance de tal amor, y por lo mismo desata la ira y desesperación del niño cuando empieza a verse con un hombre llamado Jorge. La tragedia se concreta en una comida en casa de Angélica, donde es besada por Jorge ante la vista del celoso niño.

El niño protagonista es un personaje doloroso y conmovedor, miembro de una familia disfuncional: Su padre está muerto, su madre no lo comprende, su abuela lo desprecia y sus hermanos no lo quieren. La madre y la abuela discuten respecto a la crianza del niño sin llegar a ponerse de acuerdo; los hermanos se burlan de él. Esto lo lleva a un aislamiento donde puede ahondar en fantasías sobre Angélica, acrecentando su pasión y minando su salud física y emocional. 
La única persona que parece preocuparse razonablemente por él es Carlos Romeral. El autor nunca lo dice de forma directa, sin embargo lo expone con bastante claridad: Carlos Romeral tuvo un amorío con la joven viuda; él es el verdadero padre del niño. Pero Carlos está casado y aunque se preocupa por su hijo, no puede dedicarle tanto tiempo como quisiera. El niño, ignorante de su condición de bastardo, siente la frialdad y el silencio circundante, y se refugia en su amor desesperado que lo llevará a la locura y la muerte. 

El niño que enloqueció de amor es una novela dolorosa, delicada, elegante y desgarradora. Su prosa fina y poética destila un romanticismo dulce y devastador; la ilusión y tristeza emanada de sus páginas no deja indiferente. Sentí la soledad e impotencia del niño ante aquel sentimiento prematuro e imposible de apartar o sobrellevar. Me impactó el horror de su final. Lloré las veces que la leí.


Fragmentos

Sobre Carlos Romeral:
''Es el hombre más inteligente que conozco. Como que cuando él habla, todos le escuchan y le encuentran razón. Yo, sobre todo, le encuentro razón siempre. Dice cosas que uno siente. No se habrá fijado uno mucho en esas cosas, pero las ha sentido y son la pura verdad. Esta noche me ha dicho que a la oración, junto con las golondrinas, pasan volando las campanadas de la iglesia. Y es cierto, pasan volando.''

Sobre la abuela:
''Por eso dice mi abuela (…) que me tiene lástima. Más le tengo yo a ella, que tiene las manos llenas de venas y la cara color tierra seca y los labios blancos y los dientes amarillos, y que ni siquiera sabe tocar el piano como mi mamá, y no hace sino pelear con los sirvientes.''

Sobre Jorge:
''Se llama Jorge; y es buenmozo; pero muy cargante, el tipo. Ese  modo de decir «señorita Angélica». ¡Imbécil! A ella no le gusta, creo yo. Y cómo le va a gustar, también, con esa cabeza chica y esos ojos redondos y ese bigote como escobilla de dientes... No, no es feo... Pero no le gusta, porque yo se lo pregunté y ella me dijo que no. ¿Y para qué me iba a engañar?, vamos a ver.''


''Los atardeceres son todos melancólicos en los cuartos de los enfermos; pero mi memoria conserva el de aquella estancia, como una llaga en carne viva, siempre irritada y sangrante. Una insufrible congoja me oprime aún al recordar la penumbra en que todos nos desdibujábamos como espectros, la ventanita en alto por donde se veía un trozo de cielo azul gris y asomaba de rato en roto un volantín silencioso, la lívida pincelada del lecho sobre el cual erguíase borroso el busto del loquito que hablaba sin cesar, borboteando un monólogo exasperante.''


Elogio poético de Daniel de la Vega

Muchacho de  ojos grandes y profundos, 
que entre las brumas de tu amanecer, 
con los primeros sueños vagabundos 
ya sentiste pasar una mujer... 

En esta tarde mansa y evangélica 
el alma ya está loca de soñar... 
Hay un recuerdo pálido de Angélica 
y un deseo tan hondo de llorar... 

Es una de esas tardes que tú viste. 
Pronto el crepúsculo se abatirá. 
Tú estás conmigo, dulcemente triste, 
y Angélica parece que se va... 

Tarde, campanas, pena y armonía, 
ternura de una cosa que pasó, 
silenciosa y fugaz melancolía 
de lo que pudo hablarse y no se habló… 

Mansa melancolía indefinible 
que en el alma dormida despertó 
la callada visión de la Imposible 
que pasó a nuestro lado y no nos vio... 

¿Alguien se fue?... De la ilusión difunta 
despierta una inquietud, un no sé qué; 
y aunque nadie responde a la pregunta, 
bien sabe el corazón que alguien se fue.


Lo mejor: El maravilloso estilo y lenguaje poético. 
Lo peor: Siempre he creído que si el amigo de Carlos hubiera mostrado el diario al encontrarlo, el niño podría haberse salvado. Me molesta un poco que no pasara. 
Conclusión: Lectura imprescindible de la narrativa chilena y una de las obras más bellas y tristes que he leído jamás. La recomiendo a los románticos.