jueves, 21 de abril de 2022

Las uvas de la ira (John Steinbeck - Fragmento)



La primavera es hermosa en California. En los valles, los árboles florecen con tonos rosados y de vez en cuando un macizo de flores blancas parece una olla espumosa en un mar poco profundo. Luego llegan los primeros zarcillos que crecen en las viejas parras nudosas, cayendo en cascadas que cubren los troncos. Las colinas verdes son redondas y suaves como pechos. Y en las llanuras hay hileras, de una milla de largo, de lechugas de color gris verdoso. 
Luego comienzan a asomar las hojas, y de los árboles caen los pétalos que cubren la tierra como una alfombra blanca y rosa. Los frutos crecen y comienzan a adquirir color: cerezas y manzanas, duraznos y peras, brevas que encierran las flores en su interior. Toda California acelera su ritmo de producción; las frutas van creciendo en peso, y las ramas se van inclinando bajo el peso de la fruta, hasta que es necesario colocarles soportes. 
Detrás de la fertilidad están los hombres entendidos, peritos, conocedores, los hombres expertos en semillas, que desarrollan, incansables, la técnica que hará que esta raíces resistan el ataque de los millones de enemigos de la tierra: el moho, los insectos, los hongos, las plagas. Estos hombres trabajan cuidadosa e incansablemente para perfeccionar las semillas, las raíces. Son los hombres de la química, que pulverizan los árboles para evitar las pestes, que azufran las vides, que cortan de raíz los males y las putrefacciones causadas por los hongos, las royas y las enfermedades. Doctores de medicina preventiva, hombres que vigilan en las fronteras la entrada de moscas de la fruta, de los escarabajos japoneses; hombres que ponen en cuarentena a los árboles enfermos y los arrancan de raíz y los queman, hombres de ciencia. Los hombres que injertan los árboles y las viñas jóvenes son los más sabios de todos, porque el suyo es un trabajo de cirujano, así de tierno y delicado; y estos hombres han de tener manos y corazón de cirujanos para rasgar la corteza, colocar los injertos, atar las heridas y resguardarlas del aire. 
A lo largo de las plantaciones se mueven los cultivadores, desarraigando el pasto inútil, rompiendo la tierra para retener el agua, haciendo pozos para el regadío, destruyendo las raíces de las malezas que pueden chupar el agua que es para los árboles. 
Todo el tiempo la fruta va creciendo y las flores van cayendo en grandes cascadas sobre los troncos. Aumenta el calor y las hojas adquieren un verde más obscuro. Y las peritas comienzan a adquirir forma. De las vides surgen pequeños pétalos y las cuentecitas pasan a ser grandes esferoides, y los esferoides aumentan de peso. Los hombres que trabajan en los campos, los propietarios de los pequeños huertos, vigilan y calculan. El año será bueno. Y los hombres se enorgullecen porque ha sido su ciencia la que lo ha hecho bueno. Han transformado el mundo con su conocimiento. El trigo pequeño y débil es ahora grande y productivo. Las pequeñas manzanas agrias son ahora grandes y dulces, y esa vieja vid que crecía entre los árboles y alimentaba con su pequeña fruta a los pájaros, ha sido la madre de mil variedades: roja y negra, verde y rosa pálido, púrpura y amarillo; y cada variedad tiene su propio sabor. Los hombres que trabajan en las granjas experimentales han hecho nuevas frutas; nectarinas y cuarenta variedades de ciruelas, avellanas con corteza de papel. Y siempre trabajan, seleccionando, injertando, cambiando, haciendo producir a la tierra. 


Primero maduran las cerezas. A centavo y medio la libra. ¡Demonios, más cuesta recogerla! Cerezas negras y cerezas rojas, llenas y dulces. Los pájaros se comen la mitad de cada cereza y las avispas se meten en los agujeros abiertos por los pájaros. 
Las ciruelas de púrpura se alisan y se endulzan. ''¡Dios mío, no podemos recogerlas, secarlas y pulverizarlas! No podemos pagar jornales, sean cuales fueren.'' Y las ciruelas cubren el suelo. Primero comienza a arrugarse la cáscara y bandadas de moscas acuen al festín, cubriendo el valle con el olor de la fruta en descomposición. 
Y las peras se tornan de un color amarillo. A cinco dólares la tonelada. Cinco dólares por cuarenta cajones de a cincuenta libras. ''No podemos.'' Y la fruta amarilla cae pesadamente al suelo y se destroza en la caída. Las avispas se meten en la carne dulce, y hay un olor de fermentación y podredumbre. 
Luego las vides... "No podemos hacer buen vino. La gente no puede comprar vino bueno. Arranquen las uvas de las vides, las uvas buenas, las uvas podridas, las uvas buenas, las uvas picadas por las avispas. Expriman los frutos, los buenos y los podridos."
Pero hay enfermedades y ácido fórmico en las tinajas. 
Y sulfuro y ácido tánico.
El aroma del fermento no es el rico olor del vino, sino el olor de materias químicas y materias en descomposición.
Sí, claro; pero tiene alcohol. Y con el alcohol cualquiera se puede embriagar. 
Los pequeños agricultores vieron cómo las deudas iban creciendo como la marea. Pulverizaron los árboles y no vendieron la cosecha, injertaron y podaron y no pudieron recoger la fruta. Y los hombres de ciencia habían trabajado, pensado, y la fruta se está pudriendo en el suelo, y el vino de las tinajas envenena el aire. Pruebe el vino..., no tiene el menor sabor a uva, sino a sulfuros, ácido tánico y alcohol.
El próximo año este pequeño huerto será una parte de un gran conjunto, pues la deuda habrá ahogado al propietario.
La viña pertenecerá al Banco. Sólo los grandes propietarios pueden sobrevivir, porque también poseen las fábricas de conservas.
Y cuatro peras, peladas y cortadas por la mitad, cocidas y envasadas, siguen costando quince centavos. Y las peras en lata no se echan a perder. Duran años.
La ruina se extiende sobre el Estado, y el dulce aroma es un gran dolor de la tierra. Los hombres que pueden injertar los árboles y hacer las semillas fértiles y mayores no pueden encontrar el modo de que los hambrientos coman lo producido. Los hombres que han creado nuevas frutas en el mundo no han creado hasta ahora un sistema que permita comerlas. Y el fracaso cuelga sobre el Estado como una gran pena.
El trabajo en las raíces y en las viñas, en los árboles, ha de ser destruido para mantener el precio, y esto es lo más amargo, lo más doloroso de todo. Carretadas de naranjas arrojadas a la basura. La gente recorrió millas para recoger esa fruta, pero no pudo ser. ¿Cómo podían comprar naranjas a veinte centavos la docena si podían recogerlas en las basuras? Y los hombres descubren que la fruta ha sido rociada con petróleo. Un millón de seres hambrientos, que necesitan la fruta..., y las montañas de oro regadas de petróleo.
Y el olor a podredumbre llena el país.


En los barcos se quema el café como combustible. Se quema el maíz para lograr calor. Se arrojan patatas a los ríos y se colocan guardias en las orillas para que la gente hambrienta no pueda sacarlas. Se descuartiza a los cerdos y se los entierra, y la putrefacción penetra muy hondo en la tierra.
Éste es un crimen que no tiene nombre. Aquí hay una pena que el llanto no puede simbolizar. Hay aquí un fracaso que anula todos los éxitos. La tierra fértil, los árboles derechos, los troncos macizos y la fruta madura. Y los niños mueren de pelagra porque una naranja ya no deja utilidad. Y los médicos forenses deben decir en los certificados "muerto por desnutrición"; porque el alimento hubo de pudrirse, se le obligó a pudrirse.
La gente fue al río con redes para pescar patatas, y los guardias los hicieron volverse; llegaron en sus desvencijados coches para recoger las naranjas tiradas, y las encontraron empapadas en petróleo. Y se quedan quietos viendo flotar las patatas, escuchan los chillidos de los cerdos cuando los descuartizan para cubrirlos de cal, ven cómo se provoca la putrefacción de las naranjas; y en los ojos de la gente hay una expresión de fracaso, y en los ojos de los hambrientos hay una ira que va creciendo. En sus almas las uvas de la ira van desarrollándose y creciendo, y algún día llegará la vendimia. 

jueves, 7 de abril de 2022

Juntaré tus cenizas (Juan Guzmán Cruchaga)

 

Juntaré tus cenizas

Mi nostalgia caída
cava donde tu yaces,
cava y araña. ¡Ay, huesos
rojos de tierra y sangre!
Mi nostalgia de tantos 
años ha de crearte 
de nuevo, Soledad, 
para que me acompañes.
Juntaré tus cenizas
y tu espíritu errante,
tu corazón de cuna
y tus ojos de viaje.
Las rosas pensativas
me entregarán tu sangre,
las estrellas la piel
de tus manos fugaces,
la abeja tus palabras,
tu silencio la tarde
y, en el cielo, la alondra
tu sueño delirante.
No hay gusano que pueda
devorarme tu imagen 
ni tierra que la cubra 
ni viento que la apague.
Oh, mi bella durmiente,
mi nostalgia te salve,
mi nostalgia que ciñe
tu fantasma distante.
Oh, mi bella durmiente,
dormida en los cristales 
de un gran recuerdo. ¿Cuándo 
despertarás mirándome
con la mirada tuya
que es tuya y no es de nadie?