jueves, 16 de junio de 2022

Cuatro poemas góticos de Emilio Carrere

 


Voces de agoreria

¡Toda la noche, toda la noche, como una incierta
voz  angustiosa del más allá!
¡Toda la noche, toda la noche, junto a la puerta
un perro negro llorando está!

¿Qué sombra pasa?... ¿Qué sombra mata los reverberos
en las desiertas calles, henchidas de hondas angustias?
¡No la ve nadie!... Pero a su paso por los senderos
crujen macabras las hojas mustias.

Toda la noche, los campanarios, en el profundo
silencio, tañen sus fantasmales voces lejanas;
toda la noche, como un gemido del otro mundo,
llena los vientos el De profundis de las campanas.

¿Qué reloj negro canta las horas, mientras las vidas,
¡las más floridas!, se desmoronan en los osarios?
¿Qué brujas negras, qué brujas negras y contorcidas
son las que tañen la extraña orquesta de campanarios?

Toda la noche brilla, en la muerta calleja umbría,
de una ventana la luz incierta.
Toda la noche, con sus lamentos de agorería,
estuvo un perro junto a la puerta.

¡Era tan rubia! Yo la veía tras los cristales
de esa ventana por donde cruzan sombras llorosas.
¡Era tan blanca! Luego vinieron las otoñales
noches que mustian todas las rosas.

¡Toda la noche gimen los negros perros errantes!...
¡Oh pobre virgen, muerta en aroma de juventud!
¡Luego vinieron dos hombres negros y alucinantes
trayendo en hombros un ataúd!




Alta noche

Voy vagando por las calles
sombrías de un barrio viejo,
y me sigue la fatídica 
silueta de un perro negro.

Es tarde. La ciudad duerme
en el nocturno misterio;
mueren las últimas notas
de un violín a lo lejos.

Brilla la luz de una lámpara
tras un balcón entreabierto.
Quizá una novia que sueña
en amoroso desvelo.

Voy vagando por las calles
con mis negros pensamientos.
Quiero evocar dulces cosas
para olvidar…, y no puedo.

Que la luz que iluminaba
mis negruras de bohemio,
mi abnegada compañera,
esta horrible tarde ha muerto.

Y allá, en la vieja buhardilla, 
duerme su más dulce sueño.
Duerme sin caja ni flores,
tendida en un paño negro.

Toda la noche he llorado
junto a aquel querido cuerpo,
hasta que una suave música
llegó a desgarrar mi pecho.

De un alegre hogar en fiesta
eran los plácidos ecos.
¡Qué amargo es saber que hay dicha
cuando el alma está sufriendo!

Y he salido de la casa
y la he dejado durmiendo.
Sufro mucho… Necesito
soñar que sólo es un sueño.



En memoria

Lloran los campanarios de toda la ciudad;
sus lágrimas de bronce caen en mi soledad.
¿Qué manos invisibles voltean las campanas,
que suenan, en la noche, medrosas y lejanas?
Nadie en la calle… Sombra, densa y horrible sombra;
el alma se emborracha de tinieblas. Distante,
parece que hay un dulce acento que me nombra… 
Es que sueña mi oído. La luz parpadeante
de  los faroles guiña como vieja ramera.
Tengo miedo. Parece que hay alguien que me espera,
invisible, en la sombra; vagas formas astrales
asoman a mi paso sus rostros irreales.
En cada quicio hay algo que acecha; en cada puerta
me ataraza una mano esquelética y yerta. 

Es la Noche, la bruja Noche, la nigromante
del gran manto de estrellas. La maga alucinante
que yo he amado tanto, que devoró mi vida
con su fiebre insaciable de vampiro sabático;
Venus negra, que embruja con su filtro lunático.
La Noche vasta y lúgubre fué mi peor querida.
Lloran los campanarios de la ciudad. Mi paso
me lleva por las calles torcidas, al acaso.
Como todas las noches, en esta hora de calma,
mi alma huye de mi cuerpo, mi vieja y triste alma.
En la honda pesadilla de la noche, una estrella
brilla sobre mi frente. Yo pienso: 《Será ella?
¿Las almas de los muertos vuelan a los luceros?
¿Desde qué astro remoto ve mi vida de horror?
¿Sabrá que voy buscando los ocultos senderos
donde sólo hay dolor, dolor, dolor…?》

Yo la besé en la frente… Toda mi juventud,
mis sueños y mis glorias se iban en su ataúd.
En la alcoba mortuoria había un denso hedor
de fiebre y medicinas. ¿Era aquello mi amor?
Entre las cuatro tablas su belleza fragante
sonreía. ¡Oh dolor de aquel trágico instante!
Flores sobre su cuerpo… Y, oculto entre las flores,
mi retrato, y mis cartas, y mis versos primeros.
¡Las ingenuas reliquias de mis pobres amores,
la historia juvenil de mis versos sinceros!
La suerte no me ha ahorrado ningún dolor… Ahora
espero tristemente a que llegue la hora...
Algo, bajo la tierra, tira de mí. Algo mío,
con su cuerpo, en la tumba, se estremece de frío.

¡Oh noche inolvidable! La luz de los hachones
rielaba en las vidrieras. Se oían las canciones
de las gentes alegres. Y la noche vernal
desleía en el aire su fragancia nupcial.
Yo lloraba, lloraba, pues Dios le quiso dar
a mi pena el consuelo divino de llorar. 

Mujeres enlutadas, rumor de voces. Denso
cansancio en el espíritu. Sombras de pesadilla;
el olor de las rosas se fundía al intenso 
olor de su cadáver; a la luz amarilla
de los cirios veía pudrirse, con horror,
la boca que besé con locura de amor.
Después, la negra caja se cerró; en su ataúd,
abrazada a sus huesos, está mi juventud. 




Éxodo

Morirá tu belleza como mueren las rosas;
siento, al besar tus labios, el horror de perderte, 
y por eso aprisiono tus manos temblorosas,
porque te quiero y tengo mucho miedo a la muerte.

Volarán mis canciones cual locas mariposas;
la Pálida Barquera pronto echará mi suerte;
por eso miro tanto las flores luminosas
de tus ojos, que temo el morir por no verte.

¿Por qué mueren tan pronto las rosas y el amor?
¿Qué ángel negro me inspira este inmenso terror
de hacer sin ti el viaje del que nadie ha tornado?

¡Suave fuera partir en amante hermandad,
dándote un beso todo de luz y eternidad,
mientras boga Caronte, triste y desnarigado!


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